Enrique Krauze / Mario Vargas Llosa: Historiador del presente

AutorEnrique Krauze

Los reportajes sobre Iraq que Mario Vargas Llosa publicó la semana pasada en El País y EL NORTE son un ejemplo de oficio literario y periodístico y una lección de ética intelectual.

La estructura del conjunto es tan clara como la prosa, que fluye en periodos largos, escritos -se adivina- de un tirón, para no olvidar ni un detalle, para no perder la tensión, como una corriente que sólo se desborda en momentos de una inevitable desesperanza. Y así como no hay confusión temática o abigarramiento informativo, tampoco hay adjetivos que no vengan al caso.

Los reportajes son, por supuesto, un testimonio personal, pero la opinión del autor sólo aparece donde debe aparecer, como conclusión a un hallazgo sólido e incontrovertible. El autor no es el personaje; el personaje es Iraq, el país concreto de ayer y hoy.

Lo que predomina en esos reportajes es la voluntad de observación, una búsqueda honesta, incisiva, precisa de la verdad objetiva. Orwell pensaba que el mayor peligro moral de su tiempo era el desprestigio de la verdad objetiva, la incredulidad del público y el cinismo de los propios intelectuales en torno a ella.

El peligro persiste en nuestro tiempo, y el derrumbe de la Unión Soviética no contribuyó demasiado a disiparlo. Pero por fortuna aún hay quijotes dispuestos a creer que se puede saber, que se debe saber. En nuestro idioma, el más ilustre es Vargas Llosa.

En esta aventura no exenta de riesgos reales, lo acompañó como escudera su hija Morgana, cuyas fotografías -directas, descarnadas, desnudas de todo esteticismo- dialogan admirablemente con el texto (las fotos, por cierto, no aparecieron en EL NORTE).

Vargas Llosa se había opuesto a la guerra porque no creía que pudiese prevenir un mal mayor y acudió a Iraq para comprobar o desmentir esa opinión. Lo movía, pues, el único imperativo ético que debería impulsar a todo auténtico historiador del pasado o del presente: aclararse a sí mismo un trozo de la vida, averiguar por cuenta propia la verdad, escribir para entender.

Después de leer estos reportajes, uno tiene la sensación de haber estado vicariamente allí, en las mezquitas, los recintos universitarios, las calles, los mercados, los cafés, los cuarteles, las oficinas. Y estar allí no es sólo acumular información, sino participar de ese viaje con todos los sentidos: amar o detestar la comida, el calor, la sed, el ruido, y sobre todo a los personajes emblemáticos que en su conversación, sus gestos, creencias y actitudes, dan idea de esa...

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