Juana Inés Dehesa / Sufrir

AutorJuana Inés Dehesa

Si a mí lo que me hizo sufrir en La forma del agua no fue la (¡ESPÓILER!) historia de amor frustrada (que levante la mano quien no se ha visto en la necesidad de expulsar de su vida a un ser anfibio), ni siquiera los pays de limón color anticongelante, ni el dedo putrefacto del malo malísimo; lo que realmente me generó angustia y delirantes momentos de tensión fue la cantidad de agua que tiraban a cada rato: las llaves de agua y las mangueras eternamente borboteantes. Así como hay quienes sueltan un alarido desde su butaca para alertar al bueno de la presencia del asesino a la vuelta de la esquina, yo tenía ganas de hacerle ver a Sally Hawkins que lo de dejarse llevar por la pasión está muy bien, pero que si no se había dado cuenta de que había dejado el grifo abierto, caramba.

Es que esto de la relación de los chilangos con el agua ya está llegando a niveles muy emocionales. No hay día en que la ciudad no nos eche en cara nuestros casi cinco siglos de pésimas decisiones, desde que decidimos que lo de los canales era francamente muy impráctico para que corrieran los caballitos, y que más valía entubar que navegar, hemos pagado con brillantes -y encharcamientos- nuestro pecado. Y si a eso le sumamos que hemos dejado la administración del agua en manos de seres que no terminan de explicarnos por qué -si somos democráticos y de izquierda (jojojo)- hay zonas donde nunca falta el agua y zonas donde nunca hay, pues lo que resulta es que vivimos eternamente preocupados por el agua, la que consumimos y la que...

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