Juana Inés Dehesa / Mensajes

AutorJuana Inés Dehesa

Ya se van a acabar las vacaciones y les puedo asegurar que ni la mitad de ustedes ha visto el chulísimo mensaje que aventó al mundo la presidencia de la república so pretexto del año nuevo. Ah, ¿verdad? Así, ¿de qué van a platicar con sus amigos y colegas cuando los vuelvan a ver? Puros equívocos con ustedes, de veras.

Pero no se preocupen; nomás faltaba. ¿No estoy yo aquí, que soy su mensa que se quedó de guardia? Yo sí lo vi. Y, como estoy dispuesta a comenzar el año nuevo limpiando mi karma, voy a sorrajarles el resumen ejecutivo para que no se queden fuera de las conversaciones en torno a la rosca.

Para empezar, hay que decir que es una producción videográfica que deja el final de los Soprano a la altura del cine de Juan Orol. Hay de todo: manifestaciones, porras, atardeceres, atletas triunfantes, mucho niño de facciones indígenas, Peña Nieto recibiendo desayunos escolares (qué bueno, a ver si así crece) y demás argucias retóricas que hacen que se te inflame el pecho y se te enorgullezca el pasaporte. Una cosa muy hermosa.

Sin embargo, a mí me llamó más la atención el texto mismo del mensaje. Para empezar, está leído por una voz infantil, siguiendo, supongo, la falsísima noción de que los niños son seres angelicales incapaces de albergar maldad alguna en sus sucintos cuerpecitos (cualquiera que, en fechas recientes, haya atestiguado de lo que es capaz un infante cuando no ha dormido o cuando Santa le hizo el flaco servicio de traerle un juguete sin traerle las pilas, sabrá bien que lo de que los niños son buenos es una falacia de inconmensurables proporciones). El caso, pues, es que el minihumano en cuestión...

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