Juana Inés Dehesa / Meditación

AutorJuana Inés Dehesa

Cierre los ojos. Trate de abstraerse del sitio en el que se encuentra y visualice el Eje Central. Ahí, a la altura del Cine Teresa, donde se aglutinan más los puestos y la gente. Usted va a bordo de un vehículo que, al igual que el microbús que se encuentra a su derecha y el vocho de su izquierda, lleva quince minutos sin moverse. Hace calor. En sus oídos retiembla machaconamente una melodía de punchis infame, pero que a cambio parece no ir a acabar nunca. Punchis-punchis-punchis. Una gota de sudor le recorre la sien izquierda hasta el cuello. Puede deberse a la temperatura, conservada celosamente por un vidrio que no baja, pero también puede deberse a un cierto grado de angustia. Hay algo que no termina de inspirarle confianza y vuelve a cuestionar su decisión. Si tan sólo conociera un sitio cerca. Si tan sólo no hubiera escuchado tantas historias siniestras.

Se limpia el sudor de las palmas de las manos y sus dedos tocan la áspera textura de un cubreasientos tejidito. Distraído, piensa si el aroma dulzón del Vainillino Cotorro (¿o es Catrín Lavandín?) se impregnará en la ropa. De ser así, teme pasar el resto del día oliendo a tuinqui amarillo. Torpemente, intenta entablar una conversación con el conductor, preguntarle a qué equipo le va o si no le parece que ha estado lloviendo más que otros años, con el doble propósito de entretenerse y de congraciarse con él para que abra una ventana. Pero es imposible. El punchis se erige como una muralla entre ustedes, a grado tal de temer terminar la jornada en Pachuca a fuerza de no poder...

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