Juana Inés Dehesa / Limpia de limpias

AutorJuana Inés Dehesa

Advierto que hoy me mueve una triple intención: primero, quiero ofrecerle una opción a la candidata presidencial, ya verán por qué; luego, quiero darle a esta semana, que ha sido intensa y promete ponerse peor, un resquicio de mínima levedad, y, por último, quiero ofrecer pruebas en contrario a quienes, semana tras semana, dicen que no es posible que me pasen todas las cosas que cuento que me pasan; que seguramente todo me lo invento. Pues no, fíjense. Brincos diera por tener una imaginación tan activa, pero no. No invento nada: todo -todo- me lo robo. Lo único que pasa es que a) vivo siempre fijándome en todo lo que no me tendría que estar fijando, y resulta que ahí mero es donde suceden las cosas interesantes, y b) estoy segura de que en esta vida hay seres que tenemos un imán para los orates y las situaciones absurdas.

Hablemos del miércoles de la semana pasada. El escenario, un tren de la línea naranja del Metro; los protagonistas, la de la laptop y un hombre extrañísimo que insistía en que le avisáramos por favor cuando ya fuéramos a llegar a la estación El Rosario. De nada servía explicarle que el tren iba justamente en sentido contrario. Yo lo intenté dos veces y lo di por imposible: preferí concentrarme en la ingesta de una bolsa de cacahuates japoneses y una lata de refresco lai (venía de convencer a unos seres de que tenían que poner su confianza, y su dinero, en mi talento, y mentir descaradamente siempre me deja como con hambrita).

Bajé del tren y ya casi me olvidaba del señor y sus confusiones cuando lo vi aparecer junto a mí. Me hizo gestos hasta que me quité los audífonos (sí, ni modo: soy de esas personas) y, después de cumplir con todas las venias y disculpas de cualquier mexicano que se respete, me salió con que lo tenía yo muy preocupado; quesque porque cargaba yo en mi...

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