Juana Inés Dehesa / Expolio

AutorJuana Inés Dehesa

Imagínense nomás el susto. Después de meses y felices días de chutarse mítines, platicar con vecinos que demandan topes cada diez metros en mitad de una calle desierta porque "cuando llegan a pasar coches, pasan bien aprisa", besar viejitas y aguantar incontables apretones de manos y selfis con niños empiojados, finalmente llega uno al anhelado puesto de jefe delegacional y, en cuanto da uno el primer paso, anda vete: ni presupuesto, ni obra pública, ni espejos en los baños, ni escritorio, vamos.

Es una joya todo eso que los medios -y los nuevos delegados- han dado a conocer a últimas fechas sobre el estado en que han recibido sus oficinas y sus puestos. Los funcionarios anteriores, en una serie de actos que deberían avergonzarlos pero que, en una lógica perversa, seguro hasta los llenan de orgullo, se llevaron todo lo que pudieron y dejaron varias delegaciones en calidad del ático de Anna Frank; tristes, desiertas y bien depauperadas. Lo que sí se encontró, y en abundancia, fueron deudas, y unos sospechosos seres que aparecen en la nómina pero que, bien a bien, nadie conoce. Una monada.

Por eso, hoy me permito a hacer un llamado a la población capitalina, solidaria y participativa como puede ser, para que nos unamos en torno esta causa. Miren, para qué nos hacemos: Dios no nos va a prestar suficiente vida para ver el día en que esas cuentas se esclarezcan y los responsables reciban un castigo. Sólo van a salirse por la tangente y a argüir toda clase de tecnicismos y razones para haber ejercido el presupuesto como lo hicieron...

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