Juana Inés Dehesa / Enojos

AutorJuana Inés Dehesa

Tengo un amigo que está muy enojado. Tengo varios, en realidad, pero éste fue capaz de poner en palabras exactamente por qué estaba enojado. Otros no han corrido con tanta suerte; tanta es su emoción, que los inunda y los paraliza. Yo misma siento como si me hubiera bebido un litro de aguarrás endulzado con cinco Salvavidas de las rojas, y tengo la impresión de que en algún momento de la precampaña, la campaña o la poscampaña, a fuerza de spots lelos, el cerebro se me rellenó, cual Gansito, de mermelada y relleno cremosito. Mucho me temo que el proceso electoral nos ha dejado para el arrastre.

Para el arrastre, sí, pero también para pensar. Ya pasó todo, los mariachis callaron (venturosamente), las caras de los políticos poco a poco van dejando de acecharnos desde cada poste y cada esquina (salvo un espeluznante espectacular de la señora Wallace que me apunta con su dedo flamígero cada vez que intento dormir la siesta en el sillón de la sala; está mermando horriblemente mi productividad, así que ruego que alguien haga algo al respecto) y las consignas empiezan a perderse en el recuerdo. Y, sin embargo, después de las competencias entre unos cuantos, algo nos queda a todos los demás. Ya sé que no parece, pero escúchenme tantito. De entrada, se queda esa convivencia y ese diálogo pacífico que logramos entablar los amigos que, de pronto, nos vimos en orillas distintas del mismo río, y tuvimos que echar mano de todo nuestro afecto y toda nuestra inteligencia para irnos tendiendo puentes. Se queda la energía de algunos jóvenes que se han ido incorporando a la vida política movidos por la idea descabellada de que este país merece ser mejor y de que ya estuvo bueno de que nos dejemos de tanta transa y tanto abuso. Yo me topé con varios a quienes las...

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