Juana Inés Dehesa / Apocalipsis

AutorJuana Inés Dehesa

En parte, les doy la razón. Imagínense el cuadro: llega por fin el fin de los tiempos (que tampoco creo que vaya a tardarse mucho, porque miren nada más qué tiradero) y resulta que el abuelo, que era muy justo y que vivió siempre de manera probísima, no puede resucitar porque un cachito de sus residuos terrenales está esparcido por la bahía de Acapulco (porque le encantaba Puerto Marqués); otro cachito, en el Mediterráneo (porque ahí le dio la gana a su viuda de pagarse un crucero y les vendió la idea a sus hijos que era para despedir a su padre), y otro más vive en un tiborcito en el buró de la hija mayor que toda la vida tuvo problemas de apego. En resumen, un entuerto espantoso que no va a poder desfacer ni Dios padre. Por eso, qué bueno que la iglesia católica ya decidió llamarnos al orden y decretar que basta de fantasías, que las cenizas van en los nichos y que guay del que decida que ese ser querido y especial queda más mono encima del refri en un tóper cochambrosito, junto al radio y presidiendo los desayunos familiares.

Es que ya el tema de las cenizas y los restos se estaba poniendo más barroco que Santa Prisca: que si a uno lo hacían diamante, que si a otro un disco de Chente Fernández, que si a otro más, lo mezclaban con barro para hacer un florero del tamaño ideal para la mesa del vestíbulo. El papá de un amigo pidió que lo mezclaran con granos para que se lo comieran las gallinas y, hasta ahora, lo único que nos había angustiado era pensar dónde demonios íbamos a encontrar...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR