Juana Inés Dehesa / Que se pueda

AutorJuana Inés Dehesa

Por favor, que alguien me recuerde en qué referéndum votamos para que esta ciudad se convirtiera en Macondo, el mítico pueblo donde nunca para de llover. O en Londres, con su cielo perennemente denso y gris, que ha venido a suplantar de artera forma a nuestro habitual sol de las mañanas. No lo sé, pero en los últimos días yo he andado sintiendo una chipilez y un desguance que lo mismo pueden ser nostalgia, que agotamiento o que un frío profundo e invencible.

Y en nada ayuda llegar a todos lados y que haya televisiones con un partido de futbol que transcurre bajo la lluvia y que transcurre casi siempre mal. No voy a hablar del Pumas-América, porque ya fue hace mucho y ya casi estoy a punto de olvidarlo, a punta de ansiolíticos y malteadas de chocolate, además de que ya tuve que soplarme a los americanistas (y hasta a los no americanistas, que consideraban que a nosotros nos tocaba cubrir el orgullo de tan extenso gremio) riéndose de mí hasta cansarse. Tampoco hablaré del partido contra Honduras, que francamente fue una tragedia anunciada: llovía con tan minuciosa intensidad, que aquello no podía ponerse más que mal. Y es que, si de por sí los mexicanos no estamos familiarizados con el futbol (o eso parece, a juzgar por el desempeño), con el futbol submarino todavía menos.

El problema lo resumió muy claramente un amigo argentino la otra noche en que llegó, agitado y tarde, a una cena en su honor, preguntando cómo había quedado el México-Estados Unidos. Se sorprendió cuando un par le dijimos que no teníamos idea y nos miró como si le cosquillearan las manos por cancelarnos el pasaporte. Todo fue enterarnos de la tragedia, para que la conversación virara en una disquisición sobre el ethos del mexicano y su proverbial inconsistencia para cumplirse y actualizar su potencial.

El problema...

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