Juan Villoro / Vida en espejo

AutorJuan Villoro

Cada persona es el reflejo de otra. Esto se vuelve muy evidente con los destinos que suceden en mancuerna: si te encuentras a Lucía, casi siempre está con Laura, lo cual provoca malentendidos: coincidí con ella en un parabús de Insurgentes, pero como estaba sola, no la reconocí y se ofendió con un encono que acaso motivó este artículo.

Del kínder a la Universidad, mi mejor amigo fue Pablo Friedmann. Cuando alguien me veía sin él, preguntaba: "¿Y Pablo?". Joselo Rangel, del grupo Café Tacvba, me contó algo parecido, que revela la identidad colectiva de su banda. La gente no lo saluda en singular sino en plural: "¿Cómo están?".

Cuando dos escritores de Guadalajara llegaron a vivir a la capital nos acostumbramos a verlos como un dúo. Mauricio Montiel Figueiras y Bernardo Esquinca iban juntos a todas partes y durante un tiempo compartieron oficina. Si uno llegaba sin el otro, algo faltaba. Fabrizio Mejía Madrid resumió el dilema con ingenio mientras los esperábamos en una cantina: "¿Sólo viene Monti o viene el Full Monti?".

Thomas Mann destacó un rasgo distintivo de la cultura alemana, donde los bosques sirven para filosofar: el gusto por la soledad. Ese paraíso es nuestro infierno. Una de las peores tragedias del mexicano consiste en que lo dejen plantado en un restaurante y tenga que comer solo. Mientras revisa el menú con angustia, desvía la vista en busca de un conocido que lo rescate del naufragio en otra mesa.

Sin que los verificadores de datos de este periódico dediquen demasiado tiempo al asunto, podemos afirmar que el mexicano disfruta la compañía, a tal grado que sobrelleva el hacinamiento mejor que los pueblos solitarios.

Tuve una epifanía en la estación Niños Héroes del Metro. En estos momentos en que los túneles subterráneos se han vuelto temibles por falta de mantenimiento e insondables sabotajes, vale la pena recordar que también ahí ocurren iluminaciones. Viajaba apretujado, procurando que no se me cayera un cubrebocas demasiado flojo, cuando sentí una inconfundible señal de que formaba parte del tejido social: un palito de elote me picaba las costillas. Ese leve contacto activó una sensación de pertenencia superior a las proclamas de los próceres. La estación se llamaba Niños Héroes, pero la patria llegaba a mí con un trocito de madera. ¿En cuántos partidos de futbol, conciertos de rock, mítines y Días del...

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