Juan Villoro / El segundo nombre

AutorJuan Villoro

Pertenezco a una generación -acaso la última- bautizada con un nombre verdadero y uno o varios nombres postizos para quedar bien con algún pariente o algún santo. Ese afán conciliatorio hacía que un bebé se llamara José (todos querían decirle Pepe), Pantaleón (como el impositivo abuelo) e Isidro (por si se dedicaba a la agricultura y necesitaba ayuda del patrono de las cosechas). Pero estos complicados cálculos eran superados por la pasión nacional por los apodos: a José Pantaleón Isidro no le decían Pepe, sino El Papayo porque su familia comerciaba con esa fruta.

Mi padre se llamaba Luis Anselmo Antonio por razones que se esmeró en olvidar y su hermano Miguel tenía otra retahíla de nombres que mantenía en secreto. Cuando mi tío murió en la casa que compartía con sus compañeros de la Compañía de Jesús, fui el encargado de tramitar el acta de defunción. El documento resultó inservible porque omití los nombres que nadie le conocía y que he vuelto a olvidar. Fue necesaria un acta adicional para que falleciera oficialmente con su nombre completo.

Los nombres ocultos te congracian con la familia y el santoral pero te meten en problemas con la burocracia. En un país donde la mayor muestra de rigor es la desconfianza, el ser social no se define por su conducta sino por sus documentos. Si López Velarde cobrara regalías por sus libros, el cheque tendría que salir a nombre de José Ramón Modesto López Velarde Berumen.

Hace medio siglo, las mujeres solían llevar el nombre complementario de María. Y si no lo llevaban, la gente lo suponía. En muchos sitios, mi hermana Carmen era conocida como Maricarmen. Entre los milagros de la Virgen se contaba el de aparecer, sin Ministerio Público de por medio, entre el nombre de pila y el apellido de las mujeres.

Mi segundo nombre es Antonio. Mi madre lo eligió por la devoción que profesaba a san Antonio de Padua, el Doctor Evangélico que curó a múltiples personas pero pasó a la leyenda como un especialista en encontrar el amor y las cosas perdidas. ¿Qué significa ser tocayo de ese eterno buscador? ¿Mi madre quería hallar algo a través de mí o quería que yo me pasara la vida buscándolo?

En México, donde las sospechas superan a las razones, el desconocido segundo nombre de una persona puede ser más importante que el nombre manifiesto. Incluso en...

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