Juan Villoro / Saber es ignorar

AutorJuan Villoro

Hay artistas a los que no les basta dominar un oficio y practican otro con fervor de aficionados. El ejemplo más conocido es el de Jean Auguste Dominique Ingres, pintor romántico del siglo XIX que dedicó su tiempo libre al violín. Desde entonces, un pasatiempo artístico es conocido como "el violín de Ingres".

En 1924, Man Ray fotografió la espalda desnuda de Kiki de Montparnasse -cuyo sinuoso contorno parecía trazado por un laudero- y le agregó las hendiduras de un instrumento de cuerdas. Con ironía surrealista, bautizó el retrato como "El Violín de Ingres".

Desde hace décadas estoy convencido de que el "El Violín de Ingres" del pintor Arnaldo Coen es la narración, no sólo por el vasto repertorio con que anima las conversaciones, sino porque cada una de sus historias tiene la condición feliz de una parábola.

Como su colega Pedro Friedeberg, autor del muy divertido "De Vacaciones por la Vida", Coen podría transformar su anecdotario en un libro donde la amenidad fuera una forma de la enseñanza.

En lo que afina su "violín de Ingres", adelanto una de sus lecciones. Arnaldo es hijo del lingüista, publicista y comunicador Arrigo Coen. No se puede descartar que su pasión por la palabra, y su reticencia a servirse de ella "profesionalmente", provengan de la egregia figura paterna.

De formación autodidacta, Arrigo Coen entendió que lo más importante del conocimiento es la posibilidad de divulgarlo. Fue un espléndido maestro, tanto en el campo de la literatura como en el de la comunicación.

Don Arrigo vivió hasta los 93 años; tuvo una vejez tan fecunda que costaba trabajo imaginarlo joven. Su rostro, rematado por una impecable barba de candado, adquirió la condición ejemplar del sabio y conquistó un medio que parecía reservado a las fotogénicas virtudes de la juventud: la televisión. En forma amena y relajada, el veterano de la publicidad y de los diccionarios hablaba de los griegos como si fueran sus vecinos. En el programa "Sopa de Letras", conducido por Jorge Saldaña, tuvo un éxito rotundo.

La literatura era para don Arrigo una experiencia eminentemente oral; al ingresar a la televisión no sacrificaba la obra escrita, como hizo Juan José Arreola (que sólo volvería a la "escritura" al dictarle sus recuerdos a Fernando del Paso en "Memoria y Olvido"). A pesar de que la pantalla parecía el medio "natural" de don Arrigo, llegó un momento en que dejó de hacer programas y se concentró en sus clases...

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