Juan Villoro / Romance en la India

AutorJuan Villoro

La globalización produce cambios de identidad que afectan la forma en que la gente se enamora. Acabo de compartir un tren con un pasajero que me contó un romance digno de estos tiempos.

Viajamos de Barcelona a Alicante. A unos asientos de nosotros un perturbado gritaba por celular dramas agropecuarios. Mi vecino y yo entablamos conversación para contrarrestar la cháchara donde estallaban palabras como "porcino" y "fiambre", referidas a un comerciante de la competencia.

Resultó que el viajero de junto y yo éramos mexicanos, y sobrevino esa complicidad que sólo ocurre lejos de la patria. El paisano (a quien llamaré Edgar) me confió algo que en México hubiera ameritado 10 tequilas: estaba muy enamorado. No es común que alguien del país de José Alfredo se abra de ese modo, al menos no antes de describir los atributos rigurosamente externos de su amada. Sorprendido por ese brote de interioridad, le pedí el cuento completo.

"Soy de Autlán, Jalisco", informó. Su origen tenía que ver con lo que había pasado, pero yo tardaría en saberlo. Como Edgar no acostumbra contar historias, saltó de modo abrupto al presente, donde ofrece "ventanas de oportunidades". Para alguien ajeno a la economía, ciertas expresiones suenan esotéricas. No le pedí que se explayara porque temí que tuviera la amabilidad de responderme. Me bastó saber que operaba en una zona elevada de las finanzas, donde hay ventanas por las que unos se suicidan y otras (las de oportunidades) que se abren a paisajes increíbles.

Aunque la mayoría de las transferencias se hacen por computadora, los diplomáticos del dinero recorren el mundo para garantizar la parte humana de las transacciones.

Edgar parecía suficientemente afable para poner buena cara ante un desfalco. No era extraño que tuviera éxito en su giro de trabajo, que yo aventuro como un incierto sistema de creencias donde los dioses se devalúan y cambian de divisa.

Por fin me contó de su flechazo, que de acuerdo con los tiempos fue telefónico. Edgar llamó a una aerolínea para reservar un boleto y una voz fantástica se presentó como Nancy. Luego de los trámites de rigor, él se animó a preguntar otras cosas. Nancy era de Florida y vivía a unas cuantas millas de la universidad donde Edgar estudió finanzas y cortejó a una porrista del equipo de futbol americano. Hablaron de la región y sus mosquitos. Edgar colgó con la sensación de haber perdido la oportunidad de su vida.

Pero la rueda del cosmos se movió en su favor. En la siguiente...

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