Juan Villoro / Propaganda para principiantes

AutorJuan Villoro

Como todos los mexicanos, me estoy iniciando en la democracia, y paso sin tregua de la perplejidad al enigma. Voté por primera vez en 1976, cuando sólo había un candidato a la Presidencia. Tal vez por eso, me volví fanático de los cuestionarios en los que uno puede criticar el servicio en un hotel. No concebía otro modo de intervenir en la vida social.

A 30 años de mi frustrante bautizo como demócrata, me encuentro, al igual que la mayoría, ante la disyuntiva de escoger al menos malo de los candidatos. De seguro, esta situación es menos trágica en países como Suiza, donde los gobernantes suelen ser mediocres pero eso importa poco. Nuestro ayuno de democracia fue tan largo que nos gustaría tener un candidato tocado por la grandeza, la magia y la chiripa. Como esto no es posible, nos hemos puesto muy nerviosos. Ya no sabemos si nos cae mal Madrazo o el primo que va a votar por él. Hemos llegado a un punto extraño en la vida conyugal: las parejas se lanzan acusaciones imposibles de comprobar que no se refieren a ellos sino a los candidatos. Conozco al menos tres casos que acabarán en divorcio si Patricia Mercado no declina en pro de López Obrador.

Esta situación ha afectado a los evangelistas del tercer milenio, cuya función social es hacer publicidad. La propaganda se ha vuelto más extraña de lo que ya era. No pretendo desentrañar aquí misterios que serán resueltos por la realidad (es decir, por el voto), pero veo suficientes datos para cuestionar lo que los publicistas hacen en nombre de sus clientes.

Vivimos en un mundo que emite signos. Cada cosa, desde una quesadilla hasta la mente del Presidente Fox, es susceptible de ser interpretada como emisora de sentidos. Los mexicanos hemos dedicado seis años a conocer la alternancia democrática y tres milenios a perfeccionar la simbología. Nos podemos equivocar en hacer política, no en descifrar signos.

Madrazo se ha lanzado a la publicidad negativa. En sus nuevos spots, lo más importante no es lo que él puede hacer, sino las posibles fechorías del candidato que va en punta. Esta estrategia pone en el centro del debate a su adversario y muestra lo mucho que le preocupa. Craso error. "Ahí les dejo mi reputación para que la destrocen", decía un célebre locutor, y el refrán agrega: "Que hablen de mí, aunque sea bien". Las habladurías representan una propaganda en zig-zag, que puede acabar en cualquier punta. Hace poco estuve en una cena donde las mujeres hablaron tan mal de una tal Cristina, que...

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