Juan Villoro / Un profesional del miedo

AutorJuan Villoro

Alvarado Gutiérrez es alguien sin nombre de pila, al menos para mí y los amigos comunes. Durante décadas hemos evitado la posibilidad de que su rostro tenga la confiada calma de quien se llama Ernesto.

En la ruidosa infancia, atravesó el patio del colegio sin que nadie se atreviera a buscarle un diminutivo o un apodo. Ya en la secundaria, cuando el revuelto rebaño adquiere identidad cívica y se clasifica por apellidos, se convirtió en el inmodificable Alvarado Gutiérrez.

Desde que lo conozco, es imposible verlo sin tener un susto. Y no es que se comporte como un villano tenebroso. Lo que mueve a espanto es lo asustado que él está.

Alvarado Gutiérrez nació con un rostro especializado para la alarma. No es necesario que algo suceda para que sus ojos miren con genuino pavor.

Hay gente de indiscutible simpatía genética, trazada por el ADN como si fuera a salir en Los Picapiedra; gente de quijada rectangular y esperanzadora sonrisa, que puede meternos en cualquier aprieto sin disminuir su buen humor.

Otras personas, más extrañas, tienen la indescifrable cara de cualquier persona. Rostros intercambiables, ajenos a un destino previsible y a la noción de "señas particulares".

Alvarado Gutiérrez representa el reverso de esas dos posibilidades. Sus facciones no pertenece ni a quienes brindan confianza o bonhomía, ni a quienes no sugieren nada. Llegó al mundo con mirada de absoluta gravedad y nariz de mayordomo de Europa del Este. El hecho de que sea una magnífica persona refuerza la inquietud que provoca. Su expresión es la de un alma buena que ha visto lo peor.

Los años compartidos nos han llevado a ambiguas situaciones. Sus comentarios suelen ser inofensivos pero su cara los vuelve dramáticos. Cuando compré mi primera máquina de escribir (una Olivetti Lettera 22) se asomó al teclado y dijo en forma inolvidable: "El alfabeto está mezclado". Sus palabras salieron sin énfasis, pero me produjeron instantánea alarma. ¡Había comprado un aparato de locos que empezaba por la q! Escribir a máquina me pareció una insensatez de la que aún no me repongo. Talvez por eso golpeo en exceso las teclas y las letras tienden a borrarse. Nunca aprendí mecanografía pero reconozco por instinto el delirante acomodo de las letras. Hace poco, Alvarado Gutiérrez vio el teclado de mi lap-top y comentó: "Escribes como un ciego". Sus palabras se referían a las letras semiborradas, pero su semblante parecía sugerir una limitación moral, mi falta de visión ante los textos.

No...

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