Juan Villoro / El pan dormido

AutorJuan Villoro

Ha muerto el poeta venezolano Eugenio Montejo. Poco antes de cumplir los 70 años se integró a la ronda de fantasmas que viven en su poema "Los ausentes".

El padre de Montejo fue panadero en tiempos anteriores a los hornos eléctricos, cuando la harina se confiaba a una cavidad de ladrillos rojos, donde los leños ardían despacio. Aquel hombre que conocía la dignidad del trabajo duro se inició como aprendiz, barriendo y cargando canastos, ascendió a maestro de cuadra y pudo al fin poner su propia panadería. En el ensayo "El taller blanco" su hijo recupera una infancia dedicada a contemplar el paciente esfuerzo de inventar el pan: "La harina es la sustancia esencial que en mi memoria resguarda aquellos años. Su blancura lo contagiaba todo: las pestañas, las manos, el pelo, pero también las cosas, los gestos, las palabras". Ésa fue la escuela de un poeta.

Montejo prefería trabajar en el silencio de la noche, cuando sólo algún pájaro despistado conservaba su jornada de trabajo. No es casual que dedicara poemas al ánimo tembloroso de una vela, a los asombros de una noche natal, a los trenes nocturnos, a la soledad de la "noche en la noche", cuando los amigos se van por cigarros o cervezas y prometen volver pero no lo hacen.

Como los panaderos, Montejo horneaba con calma sus poemas para que despertaran a la luz del día. Sus versos están construidos con la sencillez de quien dispone de una materia elemental que se puede amasar de modo infinito. Una voz directa habla de las cosas del mundo: "Cruzo la calle Marx, la calle Freud;/ ando por la orilla de este siglo,/ despacio, insomne, caviloso". En su recorrido, encuentra una mujer dormida, un burro que soporta el castigo de su amo y no se queja, un jardín intacto, un niño que abre los ojos en el pabellón de prematuros, las variadas sombras que arrojó Pessoa y un gallo loco -siempre un gallo- que, al modo del poeta, canta a deshoras.

"La poesía de Eugenio está hecha de elementos simples", me dijo un día Álvaro Mutis, "lo interesante es cómo los desordena". Montejo no describe: inventa. Cuando habla de una mesa revela el dolor de la madera, lo que siente en clave secreta mientras el vino se derrama y los demás conversan o mientras aguarda, largamente, su oportunidad de intervenir, de volver a ser el sostén de la comida.

Montejo fue un poeta de los adioses. Se despidió del siglo XX, de su padre, de sus amigos, de Lisboa, de otros poetas convertidos en estatuas e incluso de sí mismo: "era mi despedida de...

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