Juan Villoro / Máscara azul

AutorJuan Villoro

Los mexicanos tenemos tantos problemas, que ignoramos las buenas noticias por temor a que luego sean mentira.

La ciencia nacional ha descifrado los componentes del genoma mexicano. Por desgracia, esta aportación decisiva se festeja menos de lo debido. Y no sólo eso, algunos sospechan que el mapa genómico les complicará la vida. Fue lo que me dijo Carlitos Lascurain. "¿Te imaginas que sepan todo de ti por una gota de saliva?". Nos vimos durante la semana de la alarma por el virus porcino. Él llevaba el cubrebocas arrugado en el cuello como otros llevan la corbata aflojada.

No pude hablarle de la diabetes o el cáncer que la ciencia podrá prever a partir del genoma. Con una sinceridad que cuesta trabajo agradecer, habló de las intimidades que le puede descubrir un microscopio. No incurriré en la falta de respeto de comunicarlas. Lo decisivo es que mi amigo cree que su vida íntima es delictiva. Una historia clínica le parece una declaración preparatoria.

Y aquí llega un dato esencial: Carlitos tiene una vida mucho menos complicada de lo que cree. Es cierto que respeta poco las normas, comenzando por el tormento de ser puntual, pero carece de méritos para escandalizar. No me gusta escuchar sus confesiones por la sencilla razón de que toda historia demasiado íntima se convierte en consulta.

En la familia de Carlitos hay cinco diabéticos acreditados. Lógicamente, su esposa no lo deja comer azúcar. Una de las cosas más personales que me ha revelado es la combinación de su portafolios. Me intrigaba que lo llevara a todas partes y una vez lo olvidó en mi casa. Llamó para decir que necesitaba un número telefónico de su agenda. No le quedó más remedio que darme la combinación del portafolios. Al abrirlo, encontré pocos papeles y un surtido de chocolates. Así son sus secretos. Si el médico lo analiza, sabrá lo que yo ya sé.

Durante unos días le di vueltas al asunto. Carlitos nunca ha sido vanidoso. Me sorprendió que se atribuyera una vida secreta llena de tremendas irregularidades.

El miércoles de dominó jugamos en equipo y me ahorcó la mula de seises. Su mente estaba en otra parte. El cubrebocas seguía retorcido en su cuello. Si acaso su mirada se cruzaba con la mía, la desviaba de inmediato, como si yo conociera su genoma.

Insistió en llevarme a mi casa, aunque vive en dirección opuesta. Entendí que quería hablar a solas. En el trayecto repitió que no soportaba que se supiera todo de todos. "Los mexicanos no somos así", señaló la calle, donde un...

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