Juan Villoro / Un maestro

AutorJuan Villoro

La UAM-Iztapalapa acaba de rendir homenaje a uno de sus fundadores, el profesor Ángel Federico Nebbia, que a los 86 años sigue vinculado al departamento de Sociología que contribuyó a perfilar.

No nos veíamos desde que egresé de esa carrera, hace cerca de 30 años, pero su presencia se mantenía constante en mis recuerdos. Como a los maestros les gusta corregir, me dijo después del acto: "Usted casi nunca habla de la UAM". Tiene razón. Quienes salimos de una carrera que no ejercemos, nos ocupamos tan poco de nuestra alma máter como ella de nosotros.

Ingresé a la UAM-Iztapalapa en 1976. Los edificios estaban a medio construir, en un yermo interrumpido por plantíos. No había tiendas ni fondas en las inmediaciones. Si uno buscaba café, grano esencial para la vida académica, tenía que ir hasta la siguiente delegación política.

Temeroso de que la carrera de Letras convirtiera una pasión en un matrimonio por conveniencia, entré a Sociología, disciplina ideal para los indecisos.

La vida en ese campus donde los alumnos plantábamos los primeros árboles era menos tumultuosa e intensa que la de la UNAM; sin embargo, la lejanía de las zonas concurridas de la ciudad -la sensación de estar en la orilla de la nada- permitía una excepcional convivencia con los maestros. "Somos pocos, pero sectarios", decía un compañero.

El profesorado venía de lugares muy disímbolos, empujado por la causa común del exilio. Se trataba de inconformes que habían perdido su guerra en otro sitio, pero no deponían sus ideas ni se resignaban a bajar la temperatura de sus exposiciones. El brasileño Ruy Mauro Marini impartió un seminario sobre teoría de la dependencia, tema en el que ya era célebre; el argentino Jorge Padua nos adentró en los laberintos de la metodología; el uruguayo Juan Odone, que había padecido la tortura, nos demostró la importancia histórica del azúcar.

La expresión decisiva de aquellos años era "marco teórico" y el dominante era el marxista, en sus dos versiones básicas: la ortodoxa, que exigía comenzar la lectura de "El Capital" por el capítulo de la acumulación originaria, y la gramsciana, que ponía el acento en el "Capítulo VI (inédito)" sobre la división entre trabajo manual y trabajo intelectual.

En esa abigarrada colmena se hablaba con el fin de tener razón. No estudiábamos Sociología para pasar un examen, sino para cambiar el mundo. El marco teórico era la antesala de la aurora socialista.

Este clima de exaltado proselitismo era observado a prudente...

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