Juan Villoro / Inspector Carcoma

AutorJuan Villoro

Siempre me ha sorprendido la forma en que los fumigadores se mimetizan con sus enemigos. Hace años, un hombre con cara de ratón llegó a la casa a combatir roedores. Revisó los cuartos, se retorció sus tensos bigotes y habló maravillas de las ratas.

No se dedicaba a exterminarlas porque le parecieran una plaga sino por admiración hacia esos formidables adversarios, capaces de huir por el hueco más pequeño y rechazar los venenos más apetitosos.

Pocas veces se había enfrentado cuerpo a cuerpo contra el esquivo objeto de sus fatigas. Las ratas no son agresivas y sólo atacan por desesperación y desconsuelo. El choque directo va en contra de la medrosa naturaleza del hombre y del ratón.

Aprendí tanto de la disciplinada conducta de los invasores que estuve a punto de pedirle al fumigador que me dejara rodeado de esos animales cuyo ejemplo había sido incapaz de emular. Un resabio del comprensible asco ante el bicho con cola de lombriz (¡qué diferencia con la esponjosa cola de la ardilla!) me impidió educarme entre las ratas.

Recordé esta escena hace unos días en Barcelona. Todo empezó con la serenidad de una película de terror. En un momento de absoluta normalidad apareció lo extraño. Una nube de aserrín cayó sobre un libro. Revisé la repisa y descubrí montoncitos de madera pulverizada aquí y allá. Fui por una silla y me asomé a la parte alta del librero. Lo que vi me escalofrió. Entre libro y libro había líneas de aserrín, parecían preparadas para que las inhalase un adicto a la madera. Levanté los volúmenes y encontré cadáveres de insectos y la bulliciosa vida de una especie devoradora de repisas.

Fui de inmediato a la farmacia. No esperaba encontrar ahí un veneno, pero el farmacéutico oye muchas; es un barman para sobrios que se entera de todo. Le dije que tenía termitas y puso cara de espanto. Me pidió que describiera al enemigo y suspiró aliviado. Los seres diminutos que comían los libreros pertenecían a una plaga más benévola: la carcoma. Me envió a la droguería donde me vendieron una solución para sádicos: un spray con un tubito que debe ser introducido en los huecos de la carcoma. Luego hay que embarrar una pasta para impedir que salgan.

Apliqué spray hasta que el índice me dolió como si hubiera tomado todas las fotos de Robert Capa. Pero mi guerra estaba perdida. Al día siguiente, el único intoxicado era yo. El aserrín seguía juntándose.

Hablé con amigos y supe que la carcoma es un problema muy común en Barcelona. Todos los expertos...

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