Juan Villoro / El impertinente

AutorJuan Villoro

Ciertos defectos pueden convertirse en formas de la virtud. La historia de la literatura admite a escritores que aspiraron a trascender como testigos, secretarios, corresponsales, discípulos o simples parásitos de autores más célebres que ellos.

No es infrecuente que la persona de genio tenga pésimo carácter y recompense a sus admiradores con abusos, humillaciones, un apodo agraviante o un ríspido epigrama. Tampoco es infrecuente que los acosadores soporten estos maltratos y se venguen a su manera.

Probablemente, el impertinente más fecundo de la literatura fue James Boswell, biógrafo del Dr. Samuel Johnson. Nacido en Escocia en 1740, Boswell dependió de los demás para recibir consejos, ganarse la vida y encontrar los temas de una obra que se volvería clásica. En un arrebato de juventud se convirtió al catolicismo. De haber seguido por ese rumbo, habría vivido a contrapelo de su tiempo y los favores de la aristocracia. El conde de Eglinton lo convenció de abrazar una fe más fácil de administrar: el anglicanismo.

"La vida es lo que sucede mientras hacemos otras cosas", dijo John Lennon. En lo que el torrencial Johnson escribía su diccionario sin otra ayuda que su conciencia, Boswell registraba su cotidianeidad y las brillantes frases que decía en la calle, la taberna o la tertulia. Más de una vez, el protagonista se incomodó con ese testigo que se le pegaba como el pez piloto al tiburón y llegó a recelar de todos los escoceses; sin embargo, no repudió su compañía. Secretamente, debía saber que su reputación dependería de la biografía de Boswell, mucho más leída que su propia obra.

A partir de los años treinta del siglo pasado, el coleccionista Ralph H. Isham comenzó a comprar los papeles de Boswell y descubrió piezas inéditas, entre ellas un viaje para acosar a dos ilustrados franceses. En 2015, la editorial chilena Diego Portales hizo una espléndida edición de Una visita a Voltaire y Rousseau. Con desparpajo, el autor, entonces de veinticuatro años, confiesa que ignora buena parte de lo que esos señores han escrito, pero los juzga suficientemente famosos para entrevistarlos. Su técnica para llegar a Rousseau, de 53 años, y Voltaire, de 72, es sincera hasta el descaro: cuenta con cartas de recomendación, pero prefiere describirse a sí mismo con intrépido candor. Los filósofos aprecian el gesto y lo convidan a...

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