Juan Villoro / Historia de dos pies

AutorJuan Villoro

Una de las características de nuestro tiempo es que todo mundo es fotógrafo. El otro día un amigo se cortó el pulgar mientras rebanaba un ajo y gritó: "¡Es mi dedo de fotografiar!" No se trata de un profesional, ni siquiera de un aficionado con ínfulas, sino de alguien que tiene un celular que toma fotos. La evolución del hombre ha dependido de la mano. Comenzó con el pulgar oponible y ahora depende del dedo de fotografiar.

Si hacer retratos se ha convertido en un oficio secundario de todo mundo, las artes plásticas han logrado que nada sea tan normal como no entenderlas. Al visitar un museo es común que las únicas pruebas de diseño y destreza sean los extinguidores.

Curiosamente, la historia de la fotografía y la del arte abstracto pueden ser rastreadas hasta un par de pies. Las formas que miramos son sus huellas, pasos que pueden desandarse hacia un origen.

El relato de Balzac La obra de arte desconocida se ocupa del momento primigenio en que la pintura se busca a sí misma en vez de buscarse en la naturaleza. Matisse, Picasso y De Kooning se identificaron con Frenhofer, el torturado protagonista. Inmerso en el sinsentido de sus últimos días, Cézanne suspiró al oír el nombre: "¡soy yo!".

Frenhofer es un pintor que pone en tela de juicio la tradición plástica, y crea un lienzo visionario. Balzac escribe el texto dos veces, en 1831 y 1837; sin embargo, sitúa el relato en 1612, la época de Rembrandt y Poussin.

Un tema similar aparece en Las ilusiones perdidas: un pintor destruye sus cuadros porque le resultan demasiado perfectos. Para Balzac, la pintura no puede ser un reflejo de la realidad. Seguramente, seguía en este punto las ideas de su amigo Gautier, convencido de que el artista plástico no debe ser un taquígrafo que tome dictado de la naturaleza. La forma depende de la invención, no de la copia.

El imaginario Frenhofer es aún más audaz que Gautier, pues postula lo mismo en el siglo XVII. Balzac rodea de misterio al personaje que habla del uso de la luz en Tiziano y se retira a su sombrío estudio a luchar con sus demonios. Su semblante parece más desgastado por las ideas que por las penurias de la vida. En perpetuo estado de angustia, comenta: "sigo sin estar satisfecho". Héroe de la búsqueda, persigue algo que desconoce. Pinta, corrige, cancela, vuelve a pintar. Sus compañeros comienzan a dudar de sus facultades. Más que un artista, parece un instrumento, un arriesgado intercesor entre la pintura y su testigo. Se diría que en caso de...

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