Juan Villoro / El guardián de las palabras

AutorJuan Villoro

Ha muerto Carlos García-Tort, poeta, editor, excepcional corrector de estilo. A los 56 años nos dejó en la situación que menos le gustaba en la escritura: entre paréntesis. Tenía un partido de racketball pendiente con el principal crítico literario del país; aguardaba el regreso de su esposa, la poeta Alicia García Bergua, que se encontraba de viaje; se disponía a ver la final de la Champions entre el Liverpool y el Milán; había concertado citas con los amigos que nunca le faltaron, cuando su ameritado corazón mostró de la peor manera los muchos trabajos que había cumplido.

Conocí a García-Tort a través de su alma gemela, Eduardo Hurtado, otro poeta y corrector de hierro. Durante tres años trabajamos en La Jornada Semanal. A través de él entendí el valor civilizatorio de la corrección de pruebas. Gabriel Zaid ha dicho con justicia que uno de los trabajos más necesarios y menos acreditados es el de quien cuida las publicaciones y permite la adecuada circulación de las palabras. La importancia social de esta tarea es decisiva y sin embargo se trata de un oficio anónimo y en peligro de extinción.

¿Puede haber cometido más alto que preservar el idioma que nos sirve de instrumento? La Academia de la Lengua fija los criterios que serán canónicos, pero el uso lingüístico corriente requiere de guardianes cotidianos, vigías invisibles y prácticos, no menos importantes que los controladores del tráfico aéreo. Se trata de una vocación fundada en un principio ético: mejorar a los demás sin que se sepa.

García-Tort perteneció a la estirpe de los correctores de raza que ven un texto como un organismo que a veces necesita primeros auxilios. Le gustaba llegar tarde a las redacciones y trabajar hasta la madrugada, acompañado por ese rumor de imprenta que se oye en los periódicos vacíos, semejante al oleaje que resuena en las bodegas de un barco. Varias veces le propuse un horario menos castigado y siempre me contestó con el orgullo del insomne, como un reo de nocturnidad que vigila el idioma a deshoras para que los demás duerman tranquilos.

García-Tort nunca fue un Maxmordón, como llama Gerardo Deniz a quienes corrigen por dar lata (si escribes "Estados Unidos", ponen "los Estados Unidos" y viceversa). Su criterio dependía de mejorar el texto. Como la calidad es un asunto subjetivo, a veces no estaba de acuerdo con él. Sin embargo, jamás le gané un argumento técnico. Carlos discutía con la vehemencia de quien se juega la vida en una frase que ni siquiera es...

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