Juan Villoro / Gordos poéticos

Posiblemente, la actividad religiosa más común en esta temporada es engordar. Del día de la Virgen a la noche de Reyes, celebramos el recogimiento espiritual con toda clase de alimentos terrestres. Las nociones de comunión, arrepentimiento y enmienda se cumplen ante los restos del bacalao. Días de cerveza y romeritos en los que los pantalones recuerdan que las fronteras tienen aduanas muy poco permisivas.

“¡Estoy hecha una cerda!”, exclama una amiga que, la verdad sea dicha, se ve de maravilla pero desea ofender a las que siguen espigando las migas del turrón. Acabamos el año entregados a un apetito sin iglesia hasta que tememos debutar en el canibalismo. Entonces sobreviene la culpa, el rapto místico; deseamos ser otros, devotos de la fe y la zanahoria hervida.

En vez de aceptar el péndulo que nos lleva del carnaval al ayuno, y del botaneo al anhelo de metas superiores, nos hundimos en el sofá del fracaso: estamos demasiado gordos. Todo sería distinto si tuviéramos otra visión histórica de las redondeces, pero la multiculturalidad aún no llega a la barriga.

En Barcelona, donde el matrimonio homosexual ha sido legalizado, ninguna agencia de modelos admite una cintura común. El ideal de belleza debe ser inalcanzable para que las cremas que lo prometen se puedan seguir vendiendo. Esta tiranía estética se agrava en culturas donde las diosas fueron caderonas, y llega a un caso límite en México, donde la femineidad primigenia es un monolito llamado Coatlicue.

Para realizar su espléndida película Como una imagen, la actriz y directora Agnès Jaoui recorrió las agencias de casting de Francia sin encontrar a una joven actriz gorda.

No buscaba a una Mujer Tortuga sino a una representante de la norma, una de las muchas mujeres atractivas que están descontentas con su físico. Finalmente, la hija de una actriz aceptó debutar en la pantalla sin ponerse a dieta. La directora había comprobado para entonces que el sobrepeso es el gran tema de discriminación contemporáneo; la misma sociedad que inculca -no siempre con éxito- la igualdad racial, fomenta una prejuiciosa idea de la vida: el éxito es una sílfi de que anuncia yogurt con bífi dos y el desastre una gorda que no se prueba una blusa por miedo a no caber en el vestidor.

Tal vez por esto se ha elogiado tanto que Renée Zellweger engordara por segunda vez para su papel de Bridget Jones. En el ámbito extra-slim de Hollywood, los contratos prenupciales aceptan la obesidad repentina como causal de divorcio.

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