Juan Villoro / Estela de Paz

AutorJuan Villoro

Una forma infalible de medir la vitalidad de una ciudad consiste en saber si dispone de un sitio para que la gente se reúna espontáneamente a celebrar. En el DF, la rotonda del festejo es el Ángel de la Independencia. Quizá hubiera sido más práctico elegir el Monumento a la Revolución, que dispone de una plaza, pero el capricho colectivo prefirió que la victoria fuera alada.

Lo más importante del espacio público no es el uso para el que fue previsto, sino el que la gente le confiere. Por ello, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad ha pedido que se le dé otro sentido a la agraviante Estela de Luz.

Desde su origen, el monumento desafió a la razón y a la ciudadanía. El gobierno de Felipe Calderón convocó a un concurso para construir un arco conmemorativo del Bicentenario de la Independencia, pero el jurado premió una torre; la construcción estuvo manchada por escándalos de corrupción; el arquitecto ganador se deslindó del proyecto, y la inauguración se realizó meses después de la fecha prevista. Si las estelas mayas mostraban el linaje de los gobernantes para legitimar el poder, la Estela de Luz llegó como la prueba en piedra de un gobierno inoperante.

Nada más lógico que la gente se apropiara de ese espacio. Símbolo del ultraje, la Estela se transformó en sitio de reunión para la protesta. Si el monumento al centenario de la Independencia sirve para la fiesta, el del bicentenario sirve para la crítica y el duelo.

No es la primera vez que un inmueble resignifica sus funciones. El cuartel de la Ciudadela, sede de la "decena trágica", es ahora la Ciudad de los Libros, y la antigua Cárcel de Lecumberri, bastión de los presos políticos, alberga el Archivo General de la Nación.

La Estela de Luz representó un derroche; darle otro uso sería un ahorro. Como la Ciudadela o Lecumberri, puede convertirse en un espacio activo para la memoria. No existe una base de datos confiable de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico. Durante seis años, cerca de 80 mil personas perdieron la vida y otras 30 mil desaparecieron sin que se conocieran sus destinos. Hasta ahora no son sino un hueco, una ausencia que lastima pero carece de definición. Crear un memorial no se reduce a rebautizar un edificio o convertirlo en talismán, sino a crear un espacio de documentación, una relatoría del pasado.

En la Estela de Luz se encuentra el Centro de Cultura Digital, que se presta a la perfección para los trabajos de acopio y proyección de la memoria...

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