Juan Villoro / 'Egmont'

AutorJuan Villoro

En abril de 1788, Goethe concluyó su viaje a Italia. Una noche de luna llena visitó por última vez el Capitolio y el Coliseo. ¿Cómo resumir sus impresiones? El viajero anotó en su diario: "Los excesos suelen producir una impresión extraña, al mismo tiempo sublime y llana, y esta visita fue una especie de gran summa summarum de toda mi estancia en la ciudad. Este resumen suscitó en mi alma ya exaltada un sentimiento que debo denominar heroicoelegíaco, ya que sólo cabía expresarlo en una elegía".

Con este ánimo regresa a Weimar. En su equipaje lleva un manuscrito con el que ha batallado largos años, su principal exploración de las revueltas populares, una obra de teatro sobre Egmont, héroe flamenco del siglo XVI. Al acercarse a los 40 años el escritor parece intuir el clima de insurrección que un año después desatará la Revolución francesa.

Mientras él empaca fósiles y piezas arqueológicas, un joven dramaturgo lo espera en Weimar. Según narra el biógrafo Rüdiger Safranski, Friedrich Schiller llegó a esa ciudad para conocer al autor del Werther. El primer encuentro no fue muy fluido. Aunque Schiller no había cumplido los 30 años, tenía una constitución hipernerviosa y enfermiza. "Cuando lo vi por primera vez, pensé que no viviría ni cuatro semanas", comentó Goethe en sus conversaciones con Eckermann. Por su parte, el autor de Fausto era unos de los casos más singulares de escritor célebre. Prolífico y versátil, seductor impenitente, consejero áulico en Weimar, hacía que sus días mundanos alternaran con la alquimia espiritual. Siempre insatisfecho, criticaba sus obras y se decepcionó de Napoleón cuando supo que uno de sus libros favoritos era el Werther. Al mismo tiempo, tenía clara conciencia de su destino. "No soy yo quien me he hecho", decía con idénticas dosis de modestia y narcisismo. No le atribuía sus méritos a la voluntad sino a una luz distante que se limitaba a atraer al modo de un pararrayos, invento de la época que promovía su amigo Lichtenberg.

Ciertos artistas necesitan caprichos para su imaginación. Goethe visitó el estudio de Schiller, se sentó en su escritorio y advirtió un olor rancio. En un cajón descubrió manzanas podridas. Su amigo sólo podía escribir si respiraba esa suave podredumbre.

El hedonista y robusto autor de Fausto encontraría su complemento en el frágil y austero autor de Los bandidos.

Siempre dispuesto a hacer favores, Goethe recomendó a Schiller para la Universidad de Jena. La cátedra de historia estaba...

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