Juan Villoro / Cosmogonías

AutorJuan Villoro

Un libro me ha deparado contactos del tercer tipo. Me refiero a Ovnis. Historia y pasiones de los avistamientos en México, de Laura Castellanos, rigurosa investigación sobre las señales que ufólogos y testigos imprevistos han descubierto en los cielos de nuestro país.

Terminé la lectura con ganas de ver un ovni y escribí un texto sobre la relación, más intensa de lo que pudiera pensarse, entre los marcianos y la Ciudad de México. Al corregir el manuscrito, quise verificar una cita de Castellanos y busqué su libro en el lugar donde creía haberlo dejado. No estaba ahí.

Pensé que aparecería en mi escritorio, bajo los papeles que suelen ocultar lecturas recientes, pero no fue así. Revisé sin el menor éxito libreros donde podía haberlo acomodado en forma maquinal. Poco a poco, sucumbí a la "neurosis del objeto perdido". Cotejar la cita ya era lo de menos; me urgía hallar el volumen fugitivo. Si en ese momento me hubieran preguntado para qué lo necesitaba, no habría sabido responder. La pesquisa se alimentaba de sí misma. Yo era, exclusivamente, la persona que busca un libro de ovnis.

Entonces pasé a una fase superior de la obsesión, que colinda con el delirio. Volví a revisar los estantes que ya había revisado, como si el tomo pudiera materializarse por obra de mi voluntad.

Continué la búsqueda en sitios donde hubiera sido absurdo que estuviera. De pronto, en una repisa con recetarios, di con un volumen de crónicas de Susan Orlean. Me pareció curioso que estuviera ahí y más curioso que contuviera un sobre atractivamente abultado. Lo abrí y hallé cuatro mil pesos.

Recordé que, meses atrás, Julio Villanueva Chang, editor de la revista Etiqueta Negra, me había pagado una o varias colaboraciones. Durante más de una década co- laboré gratis en esa publicación que ha transformado la crónica. Nunca esperé recibir una recompensa y tal vez por eso mi mente ignoró el pago. Los libros me han deparado muchas sorpresas, pero por primera vez uno de ellos se comportaba como la máquina de la fortuna en un casino. "¡Bingo!", pensé, y sonó el teléfono.

Era Chacho. Curiosamente, su llamada tenía que ver con el azar. Organizaba una rifa para ayudar a los migrantes que atraviesan el país en condiciones de ignominia. Los billetes que yo acariciaba en ese momento provenían de un amigo peruano con un apellido chino. ¿Podía negarme a usarlos en favor de quienes arriesgan su vida para cruzar fronteras? Le dije a Chacho que contara con cuatro mil...

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