Juan Villoro / Contar para vivir

AutorJuan Villoro

En 2007 Bogotá ha sido capital del libro y en estos días Colombia ocupa la cabecera en la fiesta de los libros de Guadalajara. Ningún otro país tiene un trato cotidiano tan rico con el idioma. Basta pedir una dirección en una calle de Bogotá para recibir una respuesta sacada de la Academia de los Hombres Amables.

El inaudito vigor de la literatura colombiana tiene como complemento vivo el lenguaje de quienes hablan por supervivencia, los negros que sueñan a la intemperie en Cartagena, los desplazados por la guerrilla que han perdido la casa pero no los adverbios, los menesterosos de las colinas de Medellín que no siempre dicen algo agradable, pero lo dicen como si lo mecieran en una hamaca.

El gran cronista Julio Camba comentó que en España la mendicidad es una profesión liberal. En otros países, las limosnas se buscan tocando el acordeón o haciendo malabarismos. En cambio, el pedigüeño español no cumple otra tarea que pedir. Con su conocida contundencia, apuntó Camba: "Sólo España ha independizado a la mendicidad de las otras artes y sólo el mendigo español llega al corazón del público sin el concurso de musas extrañas".

Hasta la fecha, los mendigos españoles ofrecen dos ejemplos extremos: el hombre que solicita unas monedas con voz recia, como si no las necesitara en lo absoluto, y el que se desnuda el torso, se arrodilla y tiende el brazo como un sufriente cristiano primitivo. Ambas actitudes, la digna y la humillada, se las arreglan sin apoyo artístico.

En América Latina los necesitados son tantos que aspiran a destacarse con trucos. Colombia es el bastión de los escritores sin páginas que recitan para subsistir. A propósito de El Lazarillo de Tormes, escribió Francisco Rico: "cuando el pícaro asoma de verdad a las tablas, no se le identifica por el planteamiento dramático, sino por el regusto narrativo".

He conocido en Bogotá a pregoneros y lazarillos de diversa catadura. Una tarde recorrí el barrio de la Candelaria en compañía de los escritores R. H. Moreno-Durán y Hugo Chaparro Valderrama. De pronto se nos acercó una mendiga del género oracular, que lanzaba profecías con elaborada gramática y tasaba sus horribles verdades en monedas de 200 pesos. R. H. la ignoró y ella le pronosticó un cáncer terrible. Hugo y yo cruzamos una mirada de espanto: nuestro amigo ya había sido invadido por el tumor que acabaría con él. Al escuchar la sentencia, R. H. mantuvo el rostro impasible de quien juega al póquer con la fatalidad, pero apenas pudimos...

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