Juan Villoro / Centro de mesa

AutorJuan Villoro

Según Samuel Johnson, el que se vuelve a casar demuestra "el triunfo de la esperanza sobre la experiencia". Ignoro lo que el doctor de las letras inglesas diría de quien se casa por cuarta vez. Tal es la situación de un amigo cuya identidad amerita ser protegida y aquí comparece con el nombre de Felipe Morley.

"Las bodas de Felipe ya no salen en la sección de Sociales, sino en la de Deportes", dice el infaltable Chacho. Nuestro amigo tiene una incontenible afición por la vida conyugal, aunque no por compartirla con la misma persona.

Quien piense que el cuarto matrimonio debe tener bajo perfil, no conoce a Felipe. En cada boda actúa con frenesí: banquete para trescientas personas, dos orquestas, menudo para los desvelados.

El mayor derroche son los arreglos florales que otorgan lujuria tropical al salón de fiestas y los tentadores centros de mesa. Es en este último detalle en el que quiero detenerme. Hay países donde una boda depende de la personalidad de los novios, la comida y el ambiente. En el México urbano, el mayor objeto del deseo es el codiciable centro de mesa. La chica que se queda con el ramo lanzado por la novia recibe la incierta promesa de casarse, pero el que se lleva un florero se realiza ahí mismo. En la rueda del ser, los muertos reciben flores y los muy vivos se las roban.

Cada mesa de banquete incluye a unos diez comensales, lo cual significa que cinco parejas disputarán por el arreglo que preside la reunión para llevárselo a su casa.

Pero de tanto casarse Felipe Morley ha alterado la rutina matrimonial. Su cuarta boda siguió los cánones hasta que alguien quiso tomar el centro de mesa y descubrió que pesaba demasiado. El recipiente era más sólido que un molcajete. A las tres de la mañana nadie podía cargarlo.

Felipe llegó a mi mesa, se aflojó el nudo de la corbata y dijo:

-Odio a los ladrones de flores.

Había decidido romper la arraigada costumbre de salir de una boda con un arreglo que te hace sentir magnífico y luego no sabes dónde poner.

Todo venía de la noche en que conoció a Katy. Coincidieron en una boda donde ella se ampolló los pies y se quitó los zapatos para seguir bailando. En la madrugada, Katy gritó de pronto:

-¡Mi centro de mesa!

Los meseros ya habían concluido su trabajo y el salón estaba semidesierto. Ella se había apoderado del trofeo floral pero no recordaba dónde lo había puesto. Felipe lo buscó en todas partes hasta que lo encontró detrás de un amplificador.

-¡Me salvaste la vida! La...

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