Juan Villoro / Capuchino

AutorJuan Villoro

Los gatos se domesticaron a sí mismos para conservar su independencia. En vez de seguir la ruta de otros felinos, obligados a cazar gallinas a deshoras, descubrieron que se vive mejor en humana compañía, pero no aceptaron otra subordinación que la de recibir su puntual dosis de croquetas.

Desde hace una década Capuchino es el amo de mi casa. Carece de otro pedigrí que el pelambre blanco y beige que define su nombre, aunque en esa especie altiva cualquiera puede ser aristogato.

Cuando estoy fuera de casa ocupa mis espacios. Lo sé por los pelos que deja en el sillón de mi escritorio o en la esquina del sofá que uso para leer. En alguna ocasión, se apoderó del teclado de la computadora y debutó en el obsesivo género de la autoficción, llenando una página con el número siete y rematándola con signos de admiración. Shakespeare informa en Romeo y Julieta que los gatos tienen nueve vidas. Por lo visto, la cultura inglesa es más rica que la nuestra. Aquí la austeridad quitó dos vidas a los gatos. Capuchino proclamó su identidad por escrito con el número siete y a modo de firma colocó un ocho, al que sólo le faltó una cola para servir de autorretrato.

Una función esencial de las mascotas consiste en ser nuestros testigos. En momentos de soledad o depresión, su mirada cómplice nos recuerda que aún estamos en el mundo.

Capuchino no me necesita en forma evidente, pero protesta cuando me ausento demasiado tiempo. Aunque ha manifestado su despecho orinando algún libro, por lo general se limita a mostrarse huraño. Se queja de mi alejamiento castigándome con el suyo. Después de unos días, vuelve a acostarse a mi lado con un satisfactorio ronroneo y lame mi mano con su lengua rasposa.

Suele maullar para que le abra puertas y ventanas. Si hay partido de futbol, no soporta quedar fuera del cuarto donde la tele está encendida. Y si alguien llega con una cámara, aguarda el momento de entrometerse en el video o la fotografía.

Su control del territorio lo vuelve insoportable para otros gatos. Mi hija rescató a una gata que había sido mordida y no estaba dispuesta a volver a serlo. Capuchino trató de someterla y el resultado fue una nube de pelos en el aire y los aullidos de "patria espeluznante" que López Velarde consagró en un poema. Consulté a tres veterinarios para conocer métodos de coexistencia pacífica entre gatos y todos dijeron lo mismo: "El problema no son ellos, sino...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR