Juan Pedro Oriol / Contra las cuerdas

AutorJuan Pedro Oriol

Así están los países emergentes: contra las cuerdas. Los países para quienes es lo mismo sobrevivir a una crisis financiera, pues nunca han salido de una alimentaria. Los países que hoy por hoy son productores de alimentos, pero no tienen manera de acceder a ellos.

Paradójicamente, un trabajador del mundo rural es quien menos oportunidad tiene para satisfacer sus necesidades alimenticias. Esta es clara evidencia de la violación del derecho a la alimentación, un derecho que en los últimos años ha sido pisoteado, reducido y arrinconado por quienes aquí, y en la India, viven a cuerpo de rey. Un derecho urgente.

Esta semana se celebró el Día Mundial de la Alimentación. La información que giró en torno a este acontecimiento, como siempre, no fue nada alentadora. Ya suman 923 millones de personas hambrientas las que sobreviven día a día. Unos 75 millones más, de un año a otro. Y como lo dijo el Santo Padre Benedicto XVI en días pasados: por más obras y proyectos que se realicen para desaparecer este flagelo, todo resultará vano en tanto no se redescubra el sentido de la persona humana y la urgencia de un programa mundial de solidaridad, que no se quede plasmado sólo en papeles, sino en los corazones de los hombres.

Allí es a donde hay que llegar, al corazón humano. Un mundo que despilfarra comida y que produce alimentos para el doble de sus habitantes, y que al mismo tiempo convive con el hambre, es un mundo descorazonado que ha perdido el norte.

En días pasados, por la Internet circuló un correo estremecedor, que consistía en una típica presentación con fotos y textos. Se presentaba el proceso de fabricación del calzado más fino y elegante que hoy en día se vende en la India. Un par de zapatillas para dama que en el mercado neoyorquino se vende a un precio mínimo de 5 mil dólares, como telón de fondo guarda una triste historia. Su fabricante pasa jornadas laborales de 12 horas en cuclillas, dentro de una especie de tapanco. Con sus manos y con herramientas de lo más simple confecciona el calzado. A su lado están unas mantas para dormir, pues el taller le sirve de casa. Poca iluminación y escasa ventilación hacen del taller un hervidero en el que, como él, cientos de hindús ganan dos dólares por día de trabajo.

El dueño -por cierto, un reconocido magnate- no les paga horas extras ni seguro médico; para ellos no existen las prestaciones ni las vacaciones, sólo el trabajo. Los siete días de la semana los 12 meses del año.

Paradójicamente, según el...

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