Juan Pedro Oriol / Cuarenta días

AutorJuan Pedro Oriol

La vida está llena de oportunidades. De momentos únicos que no se repiten y que se deben aprovechar. Porque cuando se aprovechan hay ganancia; y cuando no, cierta frustración y desconsuelo. Y si a todos nos gustan tales momentos, hay que alegrarnos, porque en puerta tenemos ya uno: 40 días para la conversión de mente y corazón. La Cuaresma da inicio la próxima semana. Es el tiempo que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo de arrepentirnos de esas cosas buenas que hemos dejado de hacer, y de plantearnos el firme propósito de cambiar alguna mala actitud para ser mejores cada día y así vivir la alegría de la fe en cada minuto, en cada acto, por más minúsculo que éste sea.

Con el Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma. En la Iglesia primitiva variaba su duración. Sin embargo comenzaba seis semanas antes de la Pascua. Excluyendo los domingos restaban 36 días de ayuno, y para el siglo 7 se agregaron cuatro días antes del primer domingo de Cuaresma estableciendo ya los 40 días de ayuno, a fin de imitar el ayuno de Cristo en el desierto. Fue en Roma donde los cristianos comenzaron su penitencia el primer día de Cuaresma. El carácter de esta penitencia era público, ya que así se mostraban a la sociedad con sus limitaciones pero con un ardiente deseo de conversión. Salpicados de cenizas, vestidos de sayal y obligados a mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia, los penitentes vivían 40 días de oración intensa y de mortificación corporal. Sin exageraciones ni fanatismos, lejos de toda provocación. Entre los siglos 8 y 10 esta práctica fue abandonada. Entonces el inicio de la Cuaresma fue simbolizado colocando cenizas en la cabeza de los cristianos devotos. Hoy en día perdura esta costumbre. El Miércoles de Ceniza el cristiano recibe una cruz en la frente. Y es invitado a reflexionar cuando escucha las palabras durante la imposición: "Conviértete y cree en el Evangelio". Es un imperativo que resume la finalidad de la estación espiritual y litúrgica de la Cuaresma. Porque donde hay sacrificio y no hay conversión, no hay sinceridad. Donde no hay conversión de corazón, no hay amor. Y donde no hay amor, no hay vida. La Cuaresma es el momento idóneo para recordar también la inexorable caducidad y fragilidad efímera de la vida humana. Y para que la conversión del corazón sea un volver a Dios, o vivir cerca de Él en medio de la vida que puede ser para muchos fatigosa, difícil, sufrida.

En algunas partes...

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