Juan Pedro Oriol / Camino

AutorJuan Pedro Oriol

El abad de un monasterio se hallaba realmente preocupado. Años atrás, su monasterio había visto tiempos de esplendor. Sus celdas lucían pletóricas, llenas de jóvenes novicios y una capilla donde resonaba el canto armonioso de tantos corazones jóvenes enamorados.

Sin esperar y sin avisar, llegaron los malos tiempos. La gente comenzaba a perder el interés y ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu. La avalancha de jóvenes candidatos desaparecía y la capilla se había convertido en el lugar más silencioso del claustro. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían rutinariamente sus obligaciones.

Un día, el abad decidió pedir consejo y acudió a un anciano obispo con fama de sabio. Emprendió el viaje. Días después se encontró frente al buen hombre. Sin más, le planteó la situación: "¿A qué se debe esta situación? ¿Es que hemos cometido acaso algún pecado?". A lo que el anciano obispo respondió: "Sí, han cometido un pecado de ignorancia. El mismo Señor Jesucristo se ha disfrazado y está viviendo en medio de ustedes. Y ustedes no lo saben". El anciano cerró la boca y no dijo una palabra más.

El abad se retiró y emprendió el camino de regreso al monasterio. Durante todo el viaje sentía como si el corazón se le saliese del pecho. ¡No podía creerlo! ¡El mismísimo Hijo de Dios estaba viviendo ahí en medio de él y de sus monjes! ¿Cómo no había sido capaz de reconocerlo? ¿Sería el hermano sacristán, tal vez el hermano cocinero, o el hermano jardinero? ¿O sería el portero? ¿O el administrador? No, él no. Por desgracia, el hermano administrador tenía demasiados defectos. Pero el anciano obispo había dicho que se había disfrazado. ¿No serían acaso aquellos defectos parte de su disfraz? Viéndolo bien, todos en el monasterio tenían defectos y nadie estaba cerca de la perfección que buscaban. Aun así, ¡uno de ellos tenía que ser Jesucristo!

Cuando llegó al monasterio, reunió a sus monjes y les contó lo que con aquel viaje y en aquella visita había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros sin dar crédito a lo que escuchaban. ¿Jesucristo aquí? Claro que si estaba disfrazado, entonces, tal vez podría ser fulano, o mengano... Una sola cosa era cierta...

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