Juan García de Quevedo / Tras un amoroso lance

AutorJuan García de Quevedo

Para Fernando Arteaga

Después de la corrida Picassiana en Málaga estuve a punto de no volver a ver una corrida más. Sentí que el toreo había pasado sus límites, que la obra maestra estaba plenamente realizada.

Enrique Ponce es ejemplo de virtud, serenidad y poder. Es un torero que conoce de toros y los trata con una gran amistad. Nunca se pelea con el toro ni lo castiga innecesariamente, más bien lo mima y le permite realizarse a su aire. Técnicamente perfecto, Ponce transformó esa técnica en arte, en arte purísimo.

Acompañando al torero, el Concierto de Aranjuez, San Juan de la Cruz en la voz de Estrella Morente, hicieron de la corrida una obra de arte que provocó el asombro de los espectadores, sorprendidos y conmocionados ante este despliegue de arte puro. Nada faltó y nada sobró.

Tengo muchos años de ver toros y nunca he sentido una conmoción igual; muchas almas sensibles no pudieron evitar el llanto en una emoción que las desbordó. Vi una corrida de toros que estoy seguro que nunca volveré a ver.

Enrique Ponce no es un torero entre los tres primeros. Ponce es el torero que está muy lejos de competencias, es un torero cósmico que torea para Dios. El toreo de Ponce es de alta cultura, como los poemas de San Juan de la Cruz. Cultura donde el sentimiento profundo perfecciona una gramática exacta.

Del toro podré decir poco porque toro y torero son una unidad, forman una unidad.

Porque la muerte siempre está presente, la posibilidad de la cornada mortal le da al arte un sentido trágico. Ponce parece estar siempre lejos de una cornada por como goza al torear, como domina su arte, pero lo cierto, la realidad, es que nunca lo está: lo que sucede es que el toro se embruja ante la muleta de Ponce y se olvida, el toro, de que su primera obligación es buscar la cornada.

Es magia o el duende por el que muy pocos privilegiados son poseídos, es sentir el triunfo en comunión con la afición, estar enamorado del toro y no poder vivir sin él. El toreo de Ponce tiene una alta dosis de misticismo con una verticalidad estática donde su muleta no engaña al toro, más bien consigue con su extraordinaria técnica...

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