Juan García de Quevedo / Primero Policía

AutorJuan García de Quevedo

Desde hace largo tiempo, quizá desde el principio nuestra historia como nación, el asunto fundamental sigue sin resolverse: la creación de un verdadero Estado de derecho. Todos los pensadores políticos nos piden y hablan esencialmente de ese presupuesto, pero pocos de la aplicación de esas leyes. El asunto de nuestros teóricos y políticos era que la ley justa emancipaba al individuo y a la persona, y al ser la sociedad regida por leyes justas, los hombres también lo serían. El asunto de nuestra historia fue esencialmente la justicia, la justicia social, y desterrar las desigualdades, por tanto lograr consolidar un Estado gestor de la igualdad entre los hombres. Ese era el tema, es el tema y, por lo visto, seguirá siéndolo. Para el Estado, nada era más importante que la promoción de la igualdad entre los hombres.

Hoy en día, ese mismo discurso sigue repitiéndose con diferentes tonos y matices, pero esencialmente es el mismo discurso. Sin embargo, lo cierto es que el tema de hoy es que mientras la ley no se aplique, sencillamente no tendremos Estado de derecho. Pero aplicar la ley es un asunto de voluntad, es un asunto de presupuesto. Jueces y policías son fundamentales para la construcción de un verdadero Estado de derecho. El problema no es cuántos policías se vayan a tener, sino qué Policía se va a tener. Y en ese "qué Policía voy a tener" es donde entra justamente la labor de los políticos y jefes de Gobierno para destinar los recursos suficientes para lograr una Policía capaz de atrapar delincuentes y ponerlos bajo la autoridad de un juez.

Ciertamente, nuestra sociedad tiene muchas necesidades, y tener una Policía profesional digna cuesta dinero, y mucho dinero; sin embargo, no puede haber Estado de derecho sin Policía. Un elemento constitutivo del Estado de derecho es la Policía, una Policía profesionalizada, que genere confianza en la ciudadanía, una que sea respetada por sus modus y torvus. Una Policía capaz de cumplir sencillamente con su deber. Hoy vemos las consecuencias de que el Estado jamás se ocupó de su Policía; el Ejército en las calles de nuestras ciudades es un ejemplo clarísimo. Muchas veces lo he escrito: la prioridad número uno es la seguridad, pero la seguridad implica a la Policía. Recordemos, el monopolio de la violencia pertenece en exclusiva al Estado. La única violencia legítima es la que ejerce el Estado. Por eso es que necesitamos una Policía fuerte y capaz de asegurar a los ciudadanos vida, propiedad y libertad...

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