Juan E. Pardinas/ La extinción de los superhombres

AutorJuan E. Pardinas

Durante siglos, en el mundo existió una casta de criaturas sobrehumanas, eran hombres de carne y hueso que adquirían un halo mitológico al detentar los símbolos del poder. Revestidos de cetros, coronas y uniformes, las autoridades religiosas y los líderes políticos eran percibidos como seres con cualidades distintas al resto de los mortales. Sus rostros aparecían en doblones de oro y en los murales de los castillos, sus vidas eran una sucesión de epopeyas y milagros.

En la antigüedad, la doctrina del derecho divino argumentaba que el poder político de los reyes derivaba directamente de la voluntad de Dios, por lo tanto, su majestad no estaba obligada a rendir cuentas a las autoridades terrenales. La revolución inglesa de 1688, que terminó con la decapitación de Carlos I, cuestionó el origen providencial de las familias reales. Un siglo después, en Francia, el cuerpo degollado de Luis XVI confirmó la condición humana de las monarquías europeas. La navaja de la guillotina fue una de las llaves que le abrió la puerta a la modernidad.

Sin embargo, aquellos reyes sin cabeza no fueron los últimos seres sobrenaturales que habitaron nuestro planeta. Los avances tecnológicos y el desarrollo de los medios de comunicación se unieron para inventar la propaganda moderna. A través del cine, el radio y la imprenta, el siglo XX fabricó una temible casta de semidioses. El culto a la personalidad fue la incubadora donde se gestaron dictadores y asesinos con aureola de santos. Unicos en su clase, Hitler y Stalin ejercieron un lavado colectivo de cerebros sobre la mente de sus pueblos. El terror y la propaganda hicieron del Führer y del supremo camarada soviético, figuras de dimensiones no aptas para el ojo humano.

El avance de la democracia y la libertad de expresión redujeron la escala de estos tiranos, a la estatura de cualquier hijo de vecino. A la distancia, su única diferencia notable sobre el resto de la especie fue su cruel capacidad para infligir dolor y muerte a sus semejantes.

Una diferencia sustancial entre los súbditos y los ciudadanos es que los primeros eran gobernados por titanes casi mitológicos, mientras que los segundos están bajo la autoridad de seres de su misma estirpe. En una sociedad abierta, los periódicos matutinos le recuerdan al emperador desnudo lo desabrigado que está.

Los habitantes de Cuba y de Corea del Norte, aislados del paso de la historia, viven bombardeados de propaganda que pinta a los tiranos locales como una mezcla de...

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