Juan Enríquez Cabot / Vice...

AutorJuan Enríquez Cabot

Capaz que fue accidente. No sabemos, sólo sospechamos. Nos dice Téllez que en modestos 11 meses sabremos. Pero entre tanta impunidad, destrucción, temor, revulsión, consternación pues finalmente no importa si fue accidente o no. Lo que sí sabemos es que el día anterior al avionazo murieron 49, varios descabezados. Sabemos que hay estados donde han asesinado a seis jefes de policía al hilo. Sabemos que mueren y mueren y mueren oficiales, funcionarios, soldados. Sabemos que si combates al narco las posibilidades de que sufras un avionazo o un helicopterazo suben exponencialmente. Sabemos que habían amenazado, una y otra vez, con eliminar a un miembro del gabinete. Por eso, precisamente, hay que actuar. Y lo primero que hay que hacer es nombrar un vicepresidente...

¿Acaso no nos basta con las lecciones de Madrazo, Buendía, El Gato Félix, Ovando, Gil, Colosio, Ruiz Massieu, Adolfo Aguilar, Clouthier, el hermano de Salinas, Martin Huerta, Mouriño, de tantos y tantos que ya asesinaron (o como se dice hoy día... se accidentaron)? ¿Qué tanta evidencia, aviso, premonición se requieren? Lo importante a comprender es que en el México de las últimas décadas cualquiera puede ser víctima. Nueve de 10 asesinatos no se aclaran. Cualquiera se puede morir. La única conclusión lógica es que hay que institucionalizar toda transición.

Temiendo competencia, sombra o asesinato, Carranza eliminó, por decreto, la oficina de la vicepresidencia el 30 de septiembre de 1916. Parafraseando su explicación: "casi todos los problemas internos que vivimos se deben a los desacuerdos entre mexicanos por obtener la vicepresidencia... por eso hay que abolir este puesto para evitar más revoluciones" (NYT, octubre 1, 1916). Habría que recordar que Carranza también fijo el periodo de la Presidencia en cuatro años y permitió la reelección después de un periodo de ausencia. Las cosas cambian. Y hoy es necesario reexaminar la lógica de Carranza.

La pérdida del jefe del Estado mexicano, y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, a mitad de tremenda guerra contra el narco, sería horrendo golpe. Pero sería golpe aun más serio si no hubiera mecanismos institucionales claros, concretos, transparentes para asegurar continuidad inmediata. Casi todos recuerdan la tristísima foto de Lyndon B. Johnson jurado presidente de Estados Unidos en el mismo avión que llevaba el cadáver de Kennedy rumbo a Washington. Pero no había dudas. Aterrizó Presidente. Esta preocupación por la continuidad (y el...

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