Juan Enríquez Cabot / Gris...

AutorJuan Enríquez Cabot

Hará un par de años, un par de ex políticos, vueltos comediantes, hablaban de su país en la radio. Comparaban, estos dos malosos, las ventajas de Argentina frente al vecino Brasil. Imagínate escuchar el siguiente diálogo con el hermoso canto del acento argentino: ...Pero, Che, no sé cómo aguantan allá. Viven rodeados de tanto horrendo color. No como nosotros aquí en la hermosa Argentina... Allá sufren pajaritos colmados de amarillos, rojos, verdes y azules. No como nuestras hermosas aves, todas de color café... Y qué decir de sus junglas cubiertas por estrepitosos verdes y plantas de colores pornográficos. No como nuestra hermosa y tan plana Pampa color pardo... Tienes toda la razón, y qué decir de sus mares. Vaya algunos inclusive sufren estrepitosos intentos de color caribeño. En cambio aquí, en la tan hermosa Argentina, tenemos el Río de la Plata con su hermoso y consistente color moca. No hay como nuestro insuperable mundo castaño... Nótese que estos dos truculentos comentaristas no osaron mencionar a México. No lo hicieron porque nos temen. Porque, a diferencia de Brasil, sí somos competencia. Y es que en México, en medio de tanta violencia, accidentes y sangre, no falta el rojo. Pero por mucho el color que ahora predomina, el color oficial, es el gris...

Durante los últimos tres sexenios, para distraer a los enemigos del gris, se enfatizó verbalmente el cambio, la transición, la ideología. Pero el personaje arquetipo que gobierna hoy busca no equivocarse, no hacer olas, ser parte de un equipo. Es personaje que teme tener que confesarse públicamente por lo cual es especialmente vulnerable a dulces llamadas desde Irlanda o La Habana. Es personaje que no tiene idea de cómo enfrentar o negociar para detener la violencia que nos inunda. Al fin y al cabo no le incumbe; es chamba de otro; pa' qué se mete...

Los políticos adoptaron este uniforme gris unos meses después de que el Dr. Z entambara al tan travieso Raúl. Después de sufrir uno que otro embate por parte del guerrillero de Agualeguas, el gobierno de Z decidió nunca más hacer algo que pudiera considerarse una acción, no vaya a ser que desataran una reacción. Acto seguido, en vez de continuar actuando, operando, ejecutando y reformando, el gobierno en su conjunto se sentó a cuidar el changarro y esperar la transición. Transición que finalmente, para sorpresa de todos, se dio. Viva el cambio. El tlatoani murió.

Pero después de repiquetear bombo y platillo, después de tanto y tanto...

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