Juan Ciudadano/ La alternancia frívola

AutorJuan Ciudadano

Con el riesgo de irritar a alguien de por sí fácilmente irritable, como quiera habrá que consignar que la frivolidad no sólo ha sido una de las marcas distintivas de la presidencia foxista: existe la amenaza de convertirse en el principal sello de nuestra incipiente democracia.

Si la frivolidad es no dar a las cosas su importancia, resulta preocupante observar cómo esta liviandad contaminó ya otras importantes fuentes de debates políticos.

La ligereza en la discusión que se da entre los distintos poderes que conforman el Gobierno, así como la contienda incontinente que se libra dentro de las propias instituciones gubernamentales, es preocupante.

Salvo honrosas excepciones, los debates legislativos, por ejemplo, son atractivos en la medida en que permiten el lucimiento personal.

Es común que las discusiones sobre lo esencial, como podrían ser aquellos temas relacionados con la reforma del Estado, se sustituyan por intercambios de ocurrencias sobre la noticia del día.

Ante el más mínimo incidente susceptible de chacoteo, el debate sobre lo trascendente es fácilmente pospuesto para dar lugar al ya tradicional concurso para ver quién se avienta la mejor puntada.

Lo grave es que lo que está en juego para muchos mexicanos en este primer año de Gobierno no priísta es el significado mismo de nuestra democracia.

Hasta ahora, no va mucho más allá de la posibilidad de elegir a quién le toca ocupar la titularidad de los cargos ejecutivos (a nivel federal, estatal y municipal) y a quiénes les toca pitorrearse, desde una curul, de su pobre desempeño.

Hay que aclarar que los debates legislativos en México no son frívolos por el hecho de que nuestros políticos busquen los reflectores, esto es parte de la democracia. La frivolidad está en lo estéril de los lucimientos personales o de partido. No se ostentan las conquistas a favor del gobernado, sino la capacidad de arrancar una carcajada de la audiencia.

Nuestra joven democracia se está convirtiendo en un extraño deporte: no gana quien mete más goles, sino quien es más convincente en adjudicar los males del País a los otros.

Se trata de persuadir al electorado de que el estancamiento de México son culpa del partido de enfrente.

En este deporte del descrédito del contrario hay poco espacio para lograr acuerdos en aquellos temas que significan un salto cualitativo para el País. La razón es que el nivel de profundidad que exigen estas discusiones no dan ocasión al lucimiento fácil e inconsecuente.

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