Nosotros los jotos / De visita con la Bruja

En una ocasión, Octavio Mendoza y su grupo fueron a Texcoco para amenizar el bautizo del hijo de un amigo conchero, de esos compas de la mexicanidad que tocan con una concha o caparazón de armadillo y van dando gracias a Dios por sus dones.

Al llegar a la casa de la fiesta, que colindaba con una zona rural del Estado de México, el músico diestro en los instrumentos de cuerdas empezó a saludar a los invitados, entre los que estaba el curandero de la localidad, quien de buenas a primeras le soltó: "¡Yo a ti te estaba esperando, tú eres una de mis brujas!".

Impresionado, el muchacho alto y corpulento que vestía guayabera, llevaba un sombrero y su violín, sólo atinó a responder "Sí, está bien", para escuchar al chamán agregar: "Viniste a mí por algo; mira tus manos: son de mujer".

Después de muchos sones, coplas y copas, los concheros cerraban la pachanga agradeciendo al Dador de la Vida cuando una chica cayó al piso y empezó a convulsionarse.

"Tú justo estás aquí para resolver esto", sentenció el brujo mirando a Octavio, quien tuvo la inspiración de alzar su violín y arrancarse con "El Pescador", una de las piezas que mil veces tocó de pequeño en misas con un coro católico.

Los concurrentes empezaron a cantar "Tú has venido a la orilla..." al tiempo que, por indicación del curandero, se esparcía agua bendita en la habitación e iba de mano en mano una garrafa de mezcal y un gran porro recién forjado.

Cuando la muchacha se alivianó, el brujo le dijo a Octavio que tenían que terminar de sacarle el espíritu maligno y los tres solos, en plena madrugada, salieron al campo donde el músico fue instruido que debía decirle su nombre a esa "entidad", advertirle que no era bien recibida y que se fuera.

"Ese fue mi primer performance y estuvo cargado de tantos elementos mexicanos y mágicos que un tiempo después decidí usar el nombre artístico de La Bruja de Texcoco", me reveló Octavio.

El jueves pasado, mi querida Bruja estrenó un primoroso huipil mazateco, como el que usaba María Sabina en sus rituales, para recibir a Nosotros los Jotos.

Llevaba unos largos aretes con una carita de barro, tipo prehispánico, que adquirió en sus vacaciones de año nuevo en Catemaco, Veracruz. Su engalanada figura se hacía imponente gracias a unos tacones enormes y, en su rostro barbado, un maquillaje tipo drag queen, obra de Ulises Mondragón, "Momo", un psicólogo de carrera que desde hace tres años es su pareja.

Fue precisamente su interés por el performance y el travestismo...

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