Nosotros los jotos / Príncipes consortes

AutorAntonio Bertrán

Dos pajaritas negras; ninguna cola inmaculada de encajes. Cada uno de los novios entra del brazo de su madre, con sendos ramos de alcatraces frescos. No hay rostro virginal que desvelar ante el altar, solo dos manos fuertes que se toman y comprometen...

En tantos años de mover el abanico no había tenido el gusto de atestiguar el enlace formal de dos hombres, ay, heridos de amor. Conozco parejas, como la de mis amigos Ángel y Pedro, que han compartido la vida por más de cuarto décadas sin necesidad de un contrato, pero nunca había estado en una boda gay.

Óscar y Arturo terminaron con mi virginidad -todavía tenía alguna- en ese terreno el 6 de julio, en una ceremonia por todo lo alto de buen gusto, ternura y, claro, jotería no exenta de matices cursis. ¿Por qué nos dirán amanerados, Dios mío?

Como en un cuento de príncipes de Sodoma, hubo palacio, esmeraldas y sedas, damitas vaporosas que arrojaban pétalos blancos, ceremonia con rituales extravagantes, banquete de platillos en francés con notas de huitlacoche y guarnición de gustoso camote; madres y tíos conmovidos y, muy importante, gallarda concurrencia.

Un derroche de alegría in crescendo que -pensé en un momento- bien podría haber culminado con la explosión de puro contento del coloso don Goyo. ¡Apoteosis de lava por el amor que hoy no sólo se atreve, se enorgullece en decir su nombre!

En el Palacio Metropolitano, un edificio del Siglo 19 de la céntrica calle de Tacuba, la marcha nupcial sonó en un salón rutilante de espejos, candiles y friso alto de yesería con cuernos de la abundancia y monísimos ángeles.

No hubo cura, gracias a Dios, pero la ceremonia fue dilatada como si de una misa papal se tratara. Una maestra de ceremonias holísticas, envuelta en rosadas gasas -nada de cinta tejida en la frente o cascabeles en los pies-, ofreció salutaciones en maya, dirigió una supuesta tradición celta de intercambio de velas, invocó al Espíritu Santo y convidó a los invitados a pasar en fila para depositar ante los novios una mezcla de semillas que representaban a cuatro arcángeles como símbolo de la abundancia.

Nuestro prehispánico maíz estaba asociado, explicó la candorosa sacerdotisa, con el alado Gabriel. Mientras caminaba hacia el altar para participar del rito seminal, no pude evitar imaginar al divino heraldo junto a un anafre, ¡echándose unas tortillas azules con la Virgen María para festejar la buena nueva de la...

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