Nosotros los jotos / Pasión por los fierros

De tanto empuñar fierros, largos y recios fierros, a Ignacio Gutiérrez Renero le salieron callos en las manazas. Su padre, que le había heredado el nombre y tal gustito, le hizo unas calleras, una especie de mitones para que su primogénito siguiera pegado a barras, aros y pesas desarrollando su cuerpecito adolescente libre de tales asperezas, irritantes a la hora de la caricia noviera.

"Mi papá me pasó esa flama", me explicó Ignacio el sábado porque iniciamos la conversación con el significado de su nombre, que viene de ígneo, de fuego, y coincidimos en que es más bonito que el apagado "Nacho".

Así que durante las dos horas de entrevista lo llamé Ignacio sosteniéndole esa mirada suya que sería un cliché decir que llameaba. Más bien sus ojos marrones conservan la fogosa pasión del deportista que nació el 19 de enero de 1957 y, a los ocho o diez años, empezó a ver las revistas de fisicoconstructivismo de su papá, como "Fuerza y Salud". No precisamente lo excitaba el erotismo de los musculosos varones en tanga -como fue mi caso con la revista "Muscle Power" en la puñetera pubertad -, sino que el deseo que le despertaban los modelos fotografiados era el de llegar a ser uno de ellos.

El largo entrenamiento para lograrlo empezó en unos juegos infantiles de su colonia, Aurora (hoy Benito Juárez), en Ciudad Nezahualcóyotl, cuando lo "atrapó" el pasamanos. Se hizo también aficionado a dar vueltas en el volantín y dejarse caer. Luego jugó basquetbol en Los Aventureros, un equipo de la secundaria, época en la que también asistió al Deportivo La Cascada para ser atrapado por otro fierro: la barra.

"Empecé a hacer dominadas en la barra y a conocer mi cuerpo, la fuerza que tenía y cómo manejarla", me contó Ignacio. Mientras estudiaba en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, en el plantel Oriente que le tocó inaugurar en 1972, decidió adelantar el servicio militar, y la mitad del tiempo el conscripto lo pagó nadando y haciendo atletismo.

"Mi desarrollo físico y sexual fue maravilloso porque sí sentí los cambios de niño a adolescente y, a efecto del ejercicio, a los 17 años parecía de 20 y me decían señor, lo cual me gustaba".

Una larga huelga universitaria le despertó la sana idea de invertir el tiempo libre practicando gimnasia olímpica en la Sala de Armas de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca. Las paralelas, los anillos, el caballo con arzón y, sobre todo su amada barra fija haciendo "molinos" o "gigantes", fueron los causantes de esos...

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