Nosotros los jotos / Mr. Octubre

AutorAntonio Bertrán

Debo confesarte, querido lector, que he gozado con las nalgas de Mr. Octubre. Sobrino de un amigo, a Leonardo lo conocí hace más de una década, cuando era veinteañero, y quedé prendado de su figura y su deliciosa manera de reír. Alguna noche coincidimos en un antro donde, con la algarabía de las copas, estrujé sus rotundos melones y le robé un besito. Pero nada más, porque luego huyó cual Cenicienta con botas.

Hoy estoy muy contento de que mi buen amigo engalane este mes otoñal. Debo decir también que fue una riquísima sorpresa descubrir, cuando Leo se encueró para mi lente, que sus generosas ancas además están mullidas por oscuras vellosidades que le encanta lucir en suspensorios.

"Por supuesto que me dan orgullo mis nalgas, me gustan mucho y me gusta más que a otros les gusten", me dijo mientras paladeaba el tequilita que le serví para que cobrara valor porque, me aseguró, jamás había hecho una sesión de fotos cachondas, sólo selfies para sus "redes soxiales".

-¿Cómo se complace ese culito delicioso, Leo?

-Jajaja. No puedo contestar a esa pregunta, prefiero que actúen y no me pidan permiso...

¡Y eso hicimos! Leo llegó a mi estudio cargado de porta trajes. Me había compartido en una plática que su fetiche son los hombres vestidos formalmente, tipo ejecutivos, y que a él también lo pone como bestia hacerlo con la camisa entreabierta y la corbata suelta ("men at play" se llama este tipo de ondita lúbrica).

"Juguemos con esa fantasía, cariño, así la experiencia te resultará más gozosa", le propuse.

Como dan fe los retratos aquí publicados y en mis redes sociales, Leo se apoderó de mi escritorio y actuó como un modelo muuuy cooperador. Bueno, lo que no resultó fácil fue que aflorara su sonrisa coqueta, así que tuve que recurrir a trucos meramente profesionales como darle alguna nalgada sabrosona.

Pero la expresión que lograba entonces era de provocación porque a Mr. Octubre le gusta que en los acoplamientos carnales le apliquen un poco de dolor, sin llegar al sufrimiento. "Me pueden dar dos y tres nalgadas, claro, y algún fuetazo leve".

¡Ah, pero cómo me pateó las bolas mi cuate con la cantaleta de que no se le viera la panza! "Mi amor, asume ya que tienes una pancita pachona, como osito", lo terapeaba mientras volvía a llenar su caballito de tequila.

"Agarra la onda de que los misters de...

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