Nosotros los jotos / La maleta de Arturo

AutorAntonio Bertrán

Ese día de finales de agosto de 1988 había mal tiempo en el Puerto de Veracruz. Rubén Fischer y Anastasia Guzmán entraron a un mercado a las cinco de la mañana y compraron un gran ramo de rosas rojas. Luego fueron a contratar una lancha para cumplir el último ritual de Arturo Ramírez Juárez.

A las seis navegaron hasta un punto entre las islas de Pájaros, de Enmedio y de Sacrificios. Sumidos en la borrasca leyeron versos del propio Arturo, cuyo último poemario se titulaba "Rituales" (FCE, 1987). Al mismo tiempo lanzaban pétalos rojos al mar picado, como si quisieran mullirlo para recibir a un artista plástico que había vivido sus últimos meses con urgencia.

Cuando finalmente esparcieron sus cenizas, el viento las levantó e hizo que tragaran algunas partículas del amante, en el caso de él, y del querido profesor y amigo, en el de ella.

Arturo había muerto la lluviosa tarde del 27 de agosto, en el Hospital 20 de Noviembre del ISSSTE. Faltaban solo dos semanas para su cumpleaños 39. El certificado médico ponía como causa un paro respiratorio por complicaciones debidas a "posible inmunodeficiencia adquirida".

Al ser ingresado con un ataque de ansiedad por el joven Rubén, con quien llevaba 16 meses de relación, Arturo aseguró a los médicos que era homosexual y tenía Sida. "Pero la prueba de ELISA que le hicieron en el hospital salió negativa", sostiene Rubén tres décadas después.

Era la época más cruenta de la pandemia, y el también autor de obras de teatro (aún inéditas) se impresionó con la muerte de muchos amigos. Víctima de una depresión, vivía obsesionado con la idea de haber adquirido también VIH en sus frecuentes encuentros sexuales en las salas de cine de la época, donde buscaba muchachitos como Rubén, que entonces tenía 22 años.

La pareja se conoció en la línea dos del Metro de la Ciudad de México. "En abril de 1977, creo que el día 24", hace memoria Rubén, quien entonces estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde también Arturo se formó.

"En el vagón empezamos a platicar de teatro y me invitó a tomar café a su casa, en la colonia 'Mortales' (Portales)... Acepté y nos tomamos los cafecitos porque los dos éramos morenos", cuenta riendo el también académico.

Desde ese día, el guapo muchacho se quedó a vivir con el maestro que daba clases relacionadas con el arte en el CCH plantel 9 (Aragón), en el CEDART Diego Rivera y en la Academia Andrés Soler de la ANDA. "Cosa" o "Cosita" se empezaron a llamar con cariño.

"Fue mi...

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