Nosotros los jotos / Lujuria en el convento

AutorAntonio Bertrán

Yo iba a vestir hábitos. Aspiraba a convertirme en Sor Yeyé pero no pasé de la novicia rebelde. ¿Por qué no "perseveré", como se dice en el medio conventual? Porque el diablo reina en la iglesia...

Después de terminar la carrera ¡en 1989!, empecé a trabajar como reportero en Activa, una revista para señoras. El corte superficial de la publicación y la angustia de que no cumpliría las horribles expectativas de la sociedad hetero, me generaron una crisis existencial.

Entonces tuve una especie de arrebato místico, como los que sufría Teresa de Jesús orando frente al altar; pero a diferencia de la santa a mí me ocurrió frente al espejo mientras me sacaba las cejas.

Muy dentro de mí, sentí que dios me llamaba a darle "sentido" a mi estéril existencia -estaba bien azotado- por medio de la vida religiosa, lo cual además me ayudaría a vencer la carne rebosante de testosterona con la que me tentaba el mundo. ¡Pobre de mí, estaba bien güey!

Tras un drama de telenovela en mi familia -dizque muy católica- ingresé en agosto de 1990 a la orden de los hermanos de las escuelas cristianas o lasallistas, con los que había estudiado gozosamente secundaria y preparatoria.

Como ya estaba güevoncito -tenía 24 años- me designaron al postulantado donde los mayores de edad discernían la veracidad del llamado divino, antes de ingresar al noviciado.

Me mudé a una enorme casa con patio rectangular y jardines en la avenida San Fernando de Tlalpan, hoy sede la Facultad de Medicina de la Universidad La Salle. Ahí también estaba el aspirantado al que ingresaban los estudiantes de primaria o secundaria que se sentían tocados por el señor. Y literalmente lo fueron, pero por la réproba mano de un seguidor de Cristo con voto de castidad.

Postulantes y aspirantes dormíamos en grupos separados pero compartíamos actividades como la misa diaria y los deportes. Era una tortura ver a los púberes en short porque las hormonas y el futbol que jugábamos empezaban a obrar maravillas.

El hermano Beto era uno de los encargados de guiar a estos muchachos. Rondaba los 30 años, usaba lentes de fondo de botella y tenía unas nalgas rotundas, como garrafón de vino para consagrar.

Un buen día, los aspirantes nos confiaron a sus carnales mayores que el hermanito Beto los visitaba de madrugada en el galerón sin...

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