Nosotros los jotos / Il Barone

AutorAntonio Bertrán

En los años 1950, el visitante bien informado y "sigaretta" (maricón, en italiano), aún podía buscar en la plaza o algún café de Taormina a Pancrazio Bucini. El hombre de piel morena y ojos oscuros, que en aquella época tenía más de 80 años, habría estado encantado de hablarle sobre el extranjero más célebre del Siglo 19 que llegó a vivir a ese pueblito siciliano que mira al mar Jónico: el alemán Wilhelm von Gloeden.

Si el turista era simpático y se mostraba vivamente interesado por Guglielmo, a quien sus vecinos sicilianos también llamaban Il Barone en virtud de su título nobiliario, imagino que don Pancrazio se habría ofrecido a acompañarlo para señalarle la casa donde vivió y asistió a su amigo, muy cerca del teatro grecorromano que hasta hoy es el principal atractivo de la localidad.

Mi loca fantasía se figura que ese turista guapo, amable y refinado como lo era el aristocrático caballero a quien nosotros llamaríamos Guillermo o Memito, terminaría ganándose la confianza del octogenario, y entonces este lo tomaría del brazo para detenerse ante la vista no del famoso volcán Etna, sino de un monte menos espectacular, el Ziretto, y llamaría su atención sobre la "casa blanca" donde von Gloeden fotografió desnudos, en actitudes que evocan las esculturas de la antigüedad clásica, a los hermosos jóvenes e incluso niños del pueblo. Modelos entre los que figuraba el mismo Pancrazio, cariñosamente llamado por su patrón "Il mio moro" (mi moro), debido a su apariencia árabe.

A saber si El Moro, fiel custodio hasta su muerte del legado y la memoria de Il Barone, se habría permitido contarle al cada vez más indiscreto visitante sobre las orgías que Memito organizaba en su villa o en los parajes rocosos del mismo monte Ziretto...

¡Cómo me gustaría haber sido aquel hipotético turista! O al menos alguien como Charles Leslie, un norteamericano que en 1967 viajó a Taormina para rastrear los pasos de uno de los primeros artistas que cultivó el homoerotismo por medio de la fotografía, y cuyas preciosas imágenes siempre me han despertando el deseo de visitar esas tierras y buscar dulces efebos para enamorarme y retratarlos.

Fueron siete impresiones en sepia, frágiles por el paso del tiempo, las que despertaron en Leslie el deseo de averiguar lo más posible sobre el autor, que en su época había sido famoso pero en los años 1960 se encontraba en el olvido.

Dichas impresiones, que le mostró un amigo en Nueva York, donde vivía, eran de "guapos adolescentes con...

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