Nosotros los jotos / Íkaro precoz

Daniel era un niño muy serio a quien le gustaba ordenar las muñecas de su hermana mientras ella jugaba al futbol. En sexto de primaria se hizo inseparable de un compañero, Salvador, que también era su vecino en Ixtapaluca, Estado de México.

Los amiguitos se llevaban tan bien que iban y venían agarrados de la mano y un día, el afecto fraternal inflamado por las calenturientas hormonas de la pubertad los incitó a chocar sus inocentes lenguas en un largo beso.

Extrañeza no exenta de voluptuosidad fue el sabor que dejó en Dani esta experiencia, la primera de sus precocidades en una vida bien aderezada de chachondísimos desmadres, uno de los cuales le acaba de dar un triste golpe...

En la secundaria, el serio muchacho sintió una gran pasión por la lectura, el arte y un compañero alto, moreno y de sonrisa cautivadora que era su tocayo. Ambos tomaban un curso de literatura clásica, en el que nuestro protagonista adquirió el gusto por la cultura griega que lo ha hecho adoptar el sobrenombre de Íkaro, por el personaje mitológico que al huir de la isla de Creta volando con unas alas pegadas con cera, se acerca tanto al sol que se le desprenden y cae al mar.

Los dos Danis se hicieron íntimos después de que Mónica, una chica que ambos pretendían para guardar las apariencias, se sintió princesa y les dijo que se dieran en la madre para ganarse su corazón.

Como los novatos no eran caballeros andantes, se fueron a la cooperativa a tomar un frutsi y por la plática se dieron cuenta de que congeniaban bonito. La biblioteca fue su refugio: se escapaban de las clases y se iban a leer ahí. En una ocasión, el bibliotecario los dejó solos. Rodeados de libros, platicando sobre lo que esperaban de la vida, Dani e Íkaro empezaron a elevarse con las alas del deseo y se besaron.

Meses después, Íkaro se puso la camisa que Dani tanto le chuleaba porque iría a su departamento para ayudarlo con una tarea. Los adolescentes estaban solos trabajando en la computadora, empezaron con el juego de manos que encubre el deseo imperioso de tocarse, Dani le pidió a su amigo la prenda favorita y se quitó la suya para prestársela. Los cuerpos morenos, que tanto se habían ansiado desde aquél beso, solo pudieron fundirse en una exploración guiada por la emoción más pura y la preciosa torpeza de la primera vez.

La madre...

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