Nosotros los jotos / Hechizo drag en el museo

AutorAntonio Bertrán

"¡Ya hay que bajar, putos!", carrereaba festivamente Clover Clow a sus hermanas, que a las 4:30 del sábado seguían afanadas en hechizarse pegando un pestañón, sujetando bien su tocado o abrochando las botas de enormes plataformas.

"Concéntrense en divertirse, no somos intelectuales", agregó la drag queen cuando todas estuvieron listas y formaron un círculo, tomadas de las manos, para agradecer y generar una corriente de buenas vibras que remataron gritando "¡Amor!"

Abajo, a la entrada del Museo de la Ciudad de México, ya las esperaba un nutrido grupo de jóvenes atraídos por la original visita que guiarían como el colectivo Dragas en la Calle, que aglutina a 10 artistas del travestismo exagerado, jocoso, barroco y, permítanme la desmesura para estar a tono: ¡monumental!

Porque así, monumental, me pareció Mikónika, quien mirándome desde su esbelta altura -aumentada por las botas y un sombrerito frutal- me había explicado sin dejar de maquillarse que la propuesta de la compañía es sacar el drag de los antros y llevar ese show o -mejor- performance a otros espacios, como un museo, para así resignificar el arte que conlleva esta transformación caracterizada por la creación de un personaje con nombre, ropaje y carácter grotesco pero seductor.

El pasado junio, mes del orgullo LGBT, Dragas en la Calle guió tres grupos por el Museo de las Culturas del Mundo. En Monterrey también hubo una actividad similar, Drag Queen Story Hour, por la que Lorilú, María Bonita y Turbulence contaban cuentos a los niños en las calles y una librería, lo cual escandalizó a los estúpidos que han olvidado que la fantasía infantil no tiene prejuicios.

El recorrido de Memorias de la Ciudrags le dio un toque jotísimo a la exposición de reflexión urbana Miradas a la Ciudad. Cada draga se encargaba de una sala, más bien se apropiaba de ella porque al discurso museográfico que había estudiado le añadía, con gracia, un toque de su historia personal, en buena medida reflejo de un colectivo que, si bien en la Ciudad de México ha adquirido derechos, aún es presa de la homo-lesbo-transfobia.

Renée Rosé arrancó haciéndonos imaginar que éramos mexicas en larga peregrinación hacia la tierra prometida por Huitzilopochtli. "Bailemos, caminemos, miren allá... allá está el Metro Pino Suárez, les va a encantar su pasillo de libros, es hermoso".

A su vestuario autóctono había agregado unas alas que, en el momento que apareció la anhelada señal para fundar Tenochtitlan, desplegó como águila...

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