Nosotros los jotos / Gays honorarios

AutorAntonio Bertrán

Hace poco, mi amiga Tere organizó una deliciosa comida dominical en su departamento de Polanco. Los invitados a la mesa éramos un canto a la diversidad: había una pareja de generalas de cinco estrellas con un gusto musical de sargento norteño, cuatro adorables sodomitas -yo entre ellos- diestros en el uso de los muchos cubiertos que engalanaban la mesa, y en el bando buga brillaban nuestra regia anfitriona, su deliciosa hermana Pilar y su cuñado ¡Ernesto!

Cuando, avanzada la tarde y alborozado por los tequilas no resistí la tentación de ponerme los zapatos de vértigo carmesí que Pilar se había quitado para bailar con mayor soltura, Ernesto su marido me celebró a carcajadas ¡y hasta bailó conmigo!

Para corresponder a su caballerosidad, tuve el arrebato magnánimo de pedirle al hombretón que doblara un rodilla en tierra -lo cual hizo encantado- y tomé del florero una soberbia azucena para cruzar sus hombros a derecha e izquierda, por encima de su noble cabeza, mientras decía solemne: "Yo te armo gay honorario; ahora ve con tu espada a enderezar entuertos".

Los amigos del alma como Ernesto no son jotos de closet ni machos calados, son gays honorarios. No se les ocurriría jugar espadazos con el compadre mientras la esposa está en un café interminable con las amiguis, ni necesitan alcohol para darnos un beso de hermanos.

Es una delicia lanzarles piropos porque se sienten entre halagados y nerviosos cuando uno les dice cosa que jamás les diría una mujer, como: "Tienes unos ojos de oscuro precipicio que invitan a perder el equilibrio" o "Si así está de bien hecha la campana, ¿cómo repicará el badajo, papito?".

Todavía más delicioso es ver su cara de "¡Piiinche joto suertudo!" cuando en una reunión alguna amiga que está estrenando chichis nos suplican que se las palpemos para presumir lo natural que le quedaron: "Pero tócalo sin miedo, manito, al fin que tú y yo somos como hermanas". ¡Guáchalas!

Los gays honorarios están tan en paz con su lado femenino que suelen tener gustos más amanerados que muchas comadres atoradas en la puerta del closet. Y sus esposas están todavía más seguras de sus preferencias, así es que les hacen regalos como unos tenis morados que levantarían suspiros entre los lilos del Parque México.

¡Ay, reinas santas, nada más no se pasen de open mind y un día de estos manden a sus machos a...

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