Nosotros los jotos / Diversidad a ras del suelo

AutorAntonio Bertrán

Sentada en una banca de la glorieta del Ángel, Hortensia anuda su zapatilla derecha para terminar de arreglarse. Es de horma cómoda, piel negra gastada, con tacón chiquito, nada comparado a los 15 centímetros que calzaba en otros tiempos, cuando la Marcha del Orgullo Homosexual no había adoptado el letrerío LGBTTTIQ...

Yo la he visto en otras ocasiones con el mismo body negro calado, que acentúa sus amplias caderas y separa sus chichis redonditas. En esta ocasión ha agregado una festiva peluca azul. En un susurro -porque así habla- la mujer trans me dice que tiene 80 años, que quizá no marche hasta el Zócalo porque ha mellado el vigor de antaño, cuando no le importaba llegar a la plaza con los taconazos "chuecos".

Pero aquí está en pie, antes de las 10 de la mañana de este sábado marchoso, para participar en el "desfile", "carnaval", manifestación sexopolítica, acto de visibilidad de la diversidad sexual, plataforma de marcas, partidos e intereses políticos "cooptadores" o, simplemente, ocasión para el despapaye y el libérrimo "desfiguro" (condenado por los gays "decentes").

La Marcha es de quienes la marchamos. Con lo que somos, con nuestras convicciones, diferencias y, claro, con nuestras patas calzadas. Así que me voy fijando en los zapatos -y zapatillas, para ser incluyente- porque dicen mucho de la persona y, además, ¿quién detiene rarillas al vuelo, marchando a ras del suelo?

O patinando, como Carlos, estudiante de química del Poli que asiste por primera vez. Lleva antifaz porque, a sus 19 años, en su casa no saben que es gay, o quizá bisexual. Como abuela jota, le digo que son tiempos de dar la cara, que salga del clóset y se sentirá liberado.

-Es complicado, mi papá es militar y tengo un tío sacerdote- se justifica.

-Bueno, encanto, espero que no sufras un resbalón antes de lo que piensas- me despido en perrucha.

A unos pasos encuentro a Jesús, comunicólogo de 30 años. También es su primer Marcha. "No había venido antes por pena", me confiesa y yo le contesto que ya la tiene bien superada porque lleva un tutú rosa combinado con saco de smoking y corbatín. ¡Se ve precioso! Sus piernas, mullidas de vellitos rubios, terminan en unos tenis de bota, limpísimos como su mirada azul.

En el paraíso del cacle, a los hombres patones que marchan de vestidas les cuesta mucho hallar modelitos. Otro Carlos, treintañero y de Poza Rica, Veracruz, calza del ocho. "¡Ay, mi rey, ¿y de todo calzas grande?", le pregunto y él me guiña un ojo...

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