Nosotros los jotos / La dama de las gardenias

El Café de la Guerra era frecuentado por un príncipe maduro que solía pedir vino con grosella. La Alteza se deleitaba contemplando entre la distinguida concurrencia del local a las chicas guapas, pero sobre todo a los pisaverdes, esos hombres "presumidos y afeminados, que no conocen más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y andar vagando todo el día en busca de galanteos". Porque al noble señor no le gustaban las mujeres sino los jóvenes.

En el París de finales del Siglo 19 -porque esta escena ocurría en plena época del decadentismo francés- Arthur Tomado destacaba por su belleza española entre esos jovenzuelos ociosos: "Su cabello negro, brillante como el jade, coronaba una frente morena bajo la cual se abrían, franjados por sedosas pestañas, dos grandes ojos negros de reflejos aterciopelados.

"Las aletas de la nariz trémulas, rosadas; los labios rojos, irritantes; los dientes níveos. Una fisonomía provocadora y voluptuosa, un talle esbelto y ágil, brazos y piernas de una rotundidad... y perfectas extremidades".

El guapo Arthur tenía 18 años, vestía a la última moda de aquel tiempo y agregaba a su chaquetilla un detalle personal: una gardenia, "su flor predilecta". Además pertenecía a una familia acomodada pero su padre, al ver que no tenía luces para los estudios, decidió dejar de tirar el dinero en su educación y le comunicó que debía buscar la manera de ganarse la vida.

El señorito Tomado "escogió la ocupación que mejor iba con su temperamento. Empezó por no hacer nada". Al deambular por los bulevares parisinos, muy pronto trabó amistad con otras aves de su perezosa especie, que lo llevaron a aficionarse "a las mujeres, a las cartas, a los espectáculos, a las carreras de caballos y al aire libre".

Claro que su padre se hartó de su huevonería, y como estas distracciones cuestan "oro más que dinero", el efebo contrajo deudas y más deudas, e incluso llegó a robar a las jóvenes modistas que corrompía gracias a sus primores.

Una noche de esparcimiento en el Café de la Guerra, Arthur llamó la atención del principesco cliente que bebía vino con grosella. La Alteza "lo invitó a consumiciones de primera, se informó sobre sus necesidades, sus gustos, sus proyectos y se puso a su entera disposición".

Pero no fue él quien obtuvo "el estreno" del endeudado galán en el oficio del amor a golpe de cartera, como debe estar suponiendo el mal pensado lector. El bautizo como chapero, chichifo, prostituto o blanqueadito escort ocurrió una noche...

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